sábado, 25 de agosto de 2018

El Espíritu Santo en la vida de la Iglesia


Hechos 19, 1-7: "Pablo atravesando la región interior, llegó a Efeso. Allí encontró a algunos discípulos y les preguntó: «Cuando ustedes abrazaron la fe, ¿recibieron el Espíritu Santo?». Ellos le dijeron: «Ni siquiera hemos oído decir que hay un Espíritu Santo». «Entonces, ¿qué bautismo recibieron?», les preguntó Pablo. «El de Juan», respondieron. Pablo les dijo: «Juan bautizaba con el bautismo de penitencia, diciendo al pueblo que creyera en el que vendría después de él, es decir, en Jesús». Al oír estas palabras, ellos se hicieron bautizar en el nombre del Señor Jesús. Pablo les impuso las manos, y descendió sobre ellos el Espíritu Santo. Entonces comenzaron a hablar en distintas lenguas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres.

Hechos 1, 8: "Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra".


¿Quién es el Espíritu Santo?

El Espíritu Santo es una de las tres personas de la Santísima Trinidad. Es Dios con el Padre y el Hijo y con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, como señala desde antiguo el Símbolo Niceno-Constantinopolitano. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su Aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela. (Catecismo de la Iglesia Católica 687-689)

El corazón necesita, entonces, distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. De algún modo, es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y se somete fácilmente a la actividad del Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones y las virtudes sobrenaturales! (Amigos de Dios, 306)

Los discípulos, que ya eran testigos de la gloria del Resucitado, experimentaron en sí la fuerza del Espíritu Santo: sus inteligencias y sus corazones se abrieron a una luz nueva. Habían seguido a Cristo y acogido con fe sus enseñanzas, pero no acertaban siempre a penetrar del todo su sentido: era necesario que llegara el Espíritu de verdad, que les hiciera comprender todas las cosas. Sabían que sólo en Jesús podían encontrar palabras de vida eterna, y estaban dispuestos a seguirle y a dar la vida por El, pero eran débiles y, cuando llegó la hora de la prueba, huyeron, lo dejaron solo. El día de Pentecostés todo eso ha pasado: el Espíritu Santo, que es espíritu de fortaleza, los ha hecho firmes, seguros, audaces. La palabra de los Apóstoles resuena recia y vibrante por las calles y plazas de Jerusalén. (Es Cristo que pasa, 127)

¿Cómo actúa el Espíritu Santo en la vida del cristiano?

"Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu Santo", dice san Pablo en la Epístola a los Corintios. Y en la Epístola a los Gálatas: "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!". El conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, con la Trinidad Beatísima viene a inhabitar en el alma por el sacramento del Baustimo. El Espíritu Santo con su gracia es el "primero" que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que supone conocer al único Dios verdadero, y a su enviado, Jesucristo. (Catecismo de la Iglesia Católica 737-742)

¿Cuáles son los dones del Espíritu Santo?

Los dones del Espíritu Santo infundidos en el alma del cristiano llevan a la perfección las virtudes y hacen a los fieles dóciles para seguir con prontitud y amor, en su actuar diario, las inspiraciones divinas. Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. (Catecismo de la Iglesia Católica 1830-1831)

La Sabiduría es una participación especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios. El conocimiento sapiencial nos da una capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la medida de Dios, a la luz de Dios.
Inteligencia (Entendimiento): Es una gracia del Espíritu Santo para comprender la Palabra de Dios y profundizar las verdades reveladas.
El don de consejo guía al alma desde dentro, iluminándola sobre lo que debe hacer, especialmente cuando se trata de opciones importantes (por ejemplo, de dar respuesta a la vocación), o de un camino que recorrer entre dificultades y obstáculos.
El don de la fortaleza es un impulso sobrenatural, que da vigor al alma no solo en momentos dramáticos como el del martirio, sino también en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios; en el soportar ofensas y ataques injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de la verdad y de la honradez. Para obrar valerosamente lo que Dios quiere de nosotros, y sobrellevar las contrariedades de la vida. Para resistir las instigaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente.
El don de la ciencia nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador. Debido a la variedad y belleza de las cosas creadas, el hombre corre el riesgo de absolutizarlas. También en cuanto se trata de las riquezas, del placer y del poder que precisamente se pueden derivar de las cosas materiales. Para resistir esa tentación sutil, el Espíritu Santo socorre al hombre con el don de la ciencia. Es esta la que le ayuda a valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial del Creador. Gracias a ella -como escribe Santo Tomás-, el hombre no estima las criaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida.
Mediante el don de la piedad, el Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos. Con el don de la piedad el Espíritu infunde en el creyente una nueva capacidad de amor hacia los hermanos, haciendo su Corazón de alguna manera participe de la misma mansedumbre del Corazón de Cristo.
Con el don del temor de Dios, el Espíritu Santo infunde en el alma sobre todo el temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa entonces de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de "permanecer" y de crecer en la caridad. Concientes de las culpas y del castigo divino, pero dentro de la fe en la misericordia divina.



Carta Pastoral del Obispo Mark A. Pivarunas, CMRI
En preparación para la fiesta de Pentecostés

Amados en Cristo,

Al comenzar la novena anual en honor del Espíritu Santo, en preparación para la fiesta de Pentecostés, debemos recordarnos del importante papel que el Espíritu Divino, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, cumple dentro de la Iglesia Católica, el Cuerpo Místico de Cristo, y también de la gran necesidad que cada miembro individual de la Iglesia tiene de su divina asistencia. Tan importante es el rol del Espíritu Santo dentro de la Iglesia que cuando se formuló el Credo de los Apóstoles, se determinó colocar el artículo de fe:

“Creo en el Espíritu Santo”

enseguida del artículo,

“la Santa Iglesia Católica,”

a fin de recalcar la relación del Espíritu Santo con la verdadera Iglesia de Cristo. En esta carta pastoral, consideremos brevemente la divina asistencia del Espíritu Santo dentro de la Iglesia Católica en general y también en particular, esto es, en cada miembro individuo de la Iglesia. Que estas consideraciones los pueda mover a una mayor devoción hacia el Espíritu Santo y nos inspire a rezar esta novena fervientemente. Antes que nada, cuando Nuestro Señor y Salvador Jesucristo estableció su Iglesia, prometió a sus Apóstoles que enviaría a otro Consolador, a quien llamó el Espíritu de Verdad. Leemos en el Evangelio de San Juan:

“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce” (Jn. 14:16).

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn. 14:26).

“Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Juan 15:26).

“Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Jn. 16:7). “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Jn. 16:13).

A partir de estas referencias bíblicas, podemos claramente ver la asistencia divina que el Espíritu Santo proporcionada a los Apóstoles — ayudarles a enseñar las verdades divinamente reveladas por el Hijo de Dios, Jesucristo. Notemos en particular las palabras de Cristo citadas arriba:

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn. 14:26).

Estas palabras son similares a las palabras de Cristo a sus Apóstoles:

“Por tanto, id, enseñad a todas las naciones... a guardar todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:19)
“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16).

Los Apóstoles, después del descenso del Espíritu Santo en Pentecostés, cumplieron esta orden de Cristo y predicaron el evangelio a todas las naciones. De sus enseñanzas hemos recibido lo que se conoce como el Depósito de Fe, es decir, todo lo que ha sido revelado por Dios. El Depósito de Fe se compone de la Sagrada Escritura y de la Sagrada Tradición. Después de la muerte de los Apóstoles, la Revelación Divina había sido completada y Dios ya no reveló nada destinado a la humanidad entera.

Pero no pensemos que la divina asistencia del Espíritu Santo se limitó únicamente a los Apóstoles y que cesó después de la promulgación del evangelio. Pues el Depósito de Fe necesitaba salvaguardarse y preservarse dentro de la Iglesia de Cristo. Así, cuando Cristo prometió enviar el Espíritu Santo, dijo:

“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce” (Jn. 14:16).

Y también cuando Cristo ordenó a sus Apóstoles enseñar a todas las naciones, añadió:

“Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20).

Fue la voluntad de Cristo que la misión que Él encargó a sus Apóstoles, de enseñar a todas las naciones, continuaría en sus sucesores, esto es, en el Papa (el sucesor de San Pedro) y en los obispos (los sucesores de los Apóstoles). El Papa y los obispos representan la autoridad viviente y docente en la Iglesia de Cristo. Como declaró el primer Concilio Vaticano:

“La razón para esto es que el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de San Pedro, no para que pudieran hacer conocer alguna nueva revelación Suya, sino que, con Su asistencia pudieran religiosamente guardar y fielmente explicar la revelación o Depósito de Fe que fue transmitida a través de los apóstoles” (Vaticano I, Pastor Aeternus, 1870).

Por tanto, el Espíritu Santo mora en la Iglesia Católica a perpetuidad para divinamente ayudarla a enseñar a todas las naciones todo lo que Cristo mandó “todos los días, hasta la consumación del mundo.”

Y hablando de esta unión y asistencia del Espíritu Santo con la Iglesia, el Cardenal Enrique Manning escribió:

“Y esta unión es divinamente constituida, indisoluble, eterna, la fuente de los dotes sobrenaturales para la Iglesia, la cual nunca puede estar ausente de ella, o suspendida en su operación. La Iglesia de todas las épocas, y tiempos, es inmutable en su ciencia, discernimiento y enunciación de la verdad.”

Esta es la consolación que tenemos como católicos — nuestra fe hoy es la misma fe que se sostuvo siempre en la Iglesia de Cristo. Como católicos, podemos señalar cualquiera de las enseñanzas infalibles de la Iglesia enseñada durante los últimos 1900 años y declarar que esa es nuestra creencia. Nuestra fe es exactamente la misma fe como fue enseñada consistentemente en el Concilio de Nicea (325 D.C.), el Concilio de Éfeso (431 D.C.), el Concilio de Trento (1570), el Concilio Vaticano I (1870) y todos los otros concilios ecuménicos de la Iglesia Católica. Nuestra fe es exactamente la misma que la fe enseñada infaliblemente por los Papas, los sucesores de San Pedro. Y cuando se estudian las enseñanzas de los Papas y concilios a través de los siglos, hay tal consistencia y exactitud que, si uno no estuviera consciente de los Papas individuales y de los concilios ecuménicos involucrados, parecería como si todas las varias enseñanzas hubieran tenido a un mismo autor.

Además, otra maravillosa manifestación de la divina asistencia del Espíritu Santo es la unidad de la Iglesia Católica. La Iglesia Católica está hecha de hombres de todas las naciones viviendo en tan diferentes áreas del mundo, hablando en tantos idiomas diversos, teniendo tan vastas diferencias en costumbres y prácticas; y, con todo, están unidos en la misma fe, en el mismo culto — el Santo Sacrificio de la Misa, y en los mismos medios de santificación — los Siete sacramentos. Esta unión de fe y de culto entre los hombres, manifiesta la divina asistencia del Espíritu Santo.

Habiendo considerado la asistencia del Espíritu Santo dentro del Cuerpo Místico de Cristo en general, consideremos brevemente su asistencia dentro de las almas individuales de los fieles. San Pablo en su primer epístola a los Corintios les recordó de la morada del Espíritu Santo en sus almas:

“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Co. 3:16).

Esta es una muy importante verdad de nuestra fe. Por el bautismo, no sólo se borró de nuestras almas el pecado original, sino que también se le dio al alma vida espiritual a través de la gracia santificante. Cuando estamos en el estado de gracia santificante, compartimos en la vida de Dios dentro de nuestras almas; somos hijos adoptados de Dios; somos templos del Espíritu Santo. Además, en el bautismo, Dios infundió en nuestras almas las tres virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, y los siete dones del Espíritu Santo (hábitos infusos que nos dan la ayuda especial del Espíritu Santo para conocer y hacer la voluntad de Dios). Esta ayuda especial del Espíritu Santo aumenta cuando recibimos el Sacramento de la Confirmación. Esta es la razón por la que la Iglesia prescribe que aquéllos que han de casarse o han de entrar a los estados clericales o religiosos, deben haber recibido el Sacramento de la Confirmación.

No puede haber duda de que vivimos en tiempos muy problemáticos y confusos, ambos doctrinal y espiritualmente, como escribió una vez San Pablo: “Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas.” (2 Tim. 4:3-4).

¿Perseveraremos en la vida de la fe en estos tiempos? Prestemos atención a las palabras del Papa León XIII:

“Debemos orar e invocar al Espíritu Santo, pues cada uno de nosotros necesita grandemente de su protección y ayuda. Un hombre cuanto más sea deficiente en sabiduría, más débil en fuerzas, cargado de problemas, propenso al pecado, tanto más debería volar hacia Aquél que es la inagotable fuente de luz, fortaleza, consolación y santidad” (Divinum Illud, Mayo 9, 1897).

Finalmente, al comenzar esta novena anual en honor al Espíritu Santo, recordemos que esta es la más antigua de las novenas. Fue hecha por orden del mismo Nuestro Señor, cuando envió a sus Apóstoles de regreso a Jerusalén para esperar la venida del Espíritu Santo el primer Pentecostés. Y sigue siendo la única novena prescrita por la Iglesia. Para rezar merecedoramente esta novena, prestemos otra vez atención las palabras del Papa León XIII:

“Conocéis muy bien las maravillosas e íntimas relaciones existentes entre la Santísima Virgen María y el Espíritu Santo, de tal manera que justamente se le llama a ella su esposa. La intercesión de la Santa Virgen fue de gran provecho, ambos en el misterio de la Encarnación y en la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Que pueda ella seguir fortaleciendo nuestras oraciones con sus sufragios, y que, en medio de todas las tensiones y problemas de las naciones, esos prodigios divinos puedan ser revividos felizmente por el Espíritu Santo, las cuales fueron predichas en las palabras de David: ‘Envía tu Espíritu, y serán creados, y renovarás la faz de la tierra’ (Salmos 103).”





Novena al Espíritu Santo

(Se puede realizar en cualquier momento, aunque conviene hacerla nueve días antes de la fiesta de Pentecostés)

PRIMER DÍA (viernes)

¡Espíritu Santo! ¡Señor de Luz! ¡Danos, desde tu clara altura celestial, tu puro radiante esplendor!

El Espíritu Santo

Sólo una cosa es importante: la salvación eterna. Por lo tanto, sólo una cosa hay que temer: el pecado. El pecado es el resultado de la ignorancia, debilidad e indiferencia. El Espíritu Santo es el Espíritu de Luz, de Fuerza y de Amor. Con sus siete dones ilumina la mente, fortalece la voluntad, e inflama el corazón con el amor de Dios. Para asegurarnos la salvación debemos invocar al Divino Espíritu diariamente, porque “el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros” (Rom 8,26).

Oración

Omnipotente y eterno Dios, que has condescendido para regenerarnos con el agua y el Espíritu Santo, y nos has dado el perdón de todos los pecados, permite enviar del cielo sobre nosotros los siete dones de tu Espíritu, el Espíritu de Sabiduría y de Entendimiento, el Espíritu de Consejo y de Fortaleza, el Espíritu de Conocimiento y de Piedad, y llénanos con el Espíritu del Santo Temor. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


SEGUNDO DÍA (Sábado)

¡Ven, Padre de los pobres. Ven, tesoros que sostienes. Ven, Luz de todo lo que vive!

El don del Temor

El don del Santo Temor de Dios nos llena con un soberano respeto por Dios, y nos hace que a nada temamos más que a ofenderlo por el pecado. Es un temor que se eleva, no desde el pensamiento del infierno, sino del sentimiento de reverencia y filial sumisión a nuestro Padre Celestial. Es el temor principio de sabiduría, que nos aparta de los placeres mundanos que podrían de algún modo separarnos de Dios. “Los que temen al Señor tienen corazón dispuesto, y en su presencia se humillan” (Ecl 2,17).

Oración

¡Ven, Oh bendito Espíritu de Santo Temor, penetra en lo más íntimo de mi corazón, que te tenga, mi Señor y Dios, ante mi rostro para siempre, ayúdame a huir de todas las cosas que te puedan ofender y hazme merecedor ante los ojos puros de tu Divina Majestad en el Cielo, donde Tú vives y reinas en unidad de la siempre Bendita Trinidad, Dios en el mundo que no tiene fin. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


TERCER DÍA (Domingo)

Tú, de todos los consoladores el mejor, visitando el corazón turbado, da la gracia de la placentera paz.

El don de Piedad

El don de Piedad suscita en nuestros corazones una filial afección por Dios como nuestro amorosísimo Padre. Nos inspira, por amor a Él, a amar y respetar a las personas y cosas a Él consagradas, así como aquellos que están envestidos con su autoridad, su Santísima Madre y los Santos, la Iglesia y su cabeza visible, nuestros padres y superiores, nuestro país y sus gobernantes. Quien está lleno del don de Piedad no encuentra la práctica de la religión como deber pesado sino como deleitante servicio. Donde hay amor no hay trabajo.

Oración

Ven, Oh Bendito Espíritu de Piedad, toma posesión de mi corazón. Enciende dentro mío tal amor por Dios que encuentre satisfacción sólo en su servicio, y por amor a Él me someta amorosamente a toda legítima autoridad. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


CUARTO DÍA (Lunes)

Tú, en la fatiga dulce alivio, refresco placentero en el calor, solaz en medio de la miseria.

El don de Fortaleza

Por el don de Fortaleza el alma se fortalece ante el miedo natural y soporta hasta el final el desempeño de una obligación. La fortaleza le imparte a la voluntad un impulso y energía que la mueve a llevar a cabo, sin dudarlo, las tareas más arduas, a enfrentar los peligros, a estar por encima del respeto humano, y a soportar sin quejarse el lento martirio de la tribulación aún de toda una vida. “El que persevere hasta el fin, ese se salvará”(Mt 24,13).

Oración

Ven, Oh Espíritu de Fortaleza, alza mi alma en tiempo de turbación y adversidad, sostiene mis esfuerzos de santidad, fortalece mi debilidad, dame valor contra todos los asaltos de mis enemigos, que nunca sea yo confundido y me separe de Ti, Oh mi Dios y mi máximo Bien. Amén
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


QUINTO DÍA (Martes)

¡Luz inmortal! ¡Divina Luz! ¡Visita estos corazones tuyos y llena nuestro más íntimo ser!

El don del Conocimiento

El don del Conocimiento permite al alma darle a las cosas creadas su verdadero valor en su relación con Dios. El conocimiento desenmascara la simulación de las creaturas, revela su vacuidad y hace notar sus verdaderos propósitos como instrumentos al servicio de Dios. Nos muestra el cuidado amoroso de Dios aún en la adversidad, y nos lleva a glorificarlo en cada circunstancia de la vida. Guiados por su luz damos prioridad a las cosas que deben tenerla y apreciamos la amistad de Dios por encima de todo. “El conocimiento es fuente de vida para aquel que lo posee” (Prov 16,22).

Oración

Ven, Oh Bendito Espíritu de Conocimiento, y concédeme que pueda percibir la voluntad del Padre; muéstrame la nulidad de las cosas de la tierra, que tenga idea de su vanidad y las use sólo para tu gloria y mi propia salvación, siempre por encima de ellas mirándote a Ti y tus premios eternos. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


SEXTO DÍA (Miercoles)

Si tu apartas tu gracia, nada puro permanecerá en el hombre, todo lo que es bueno se volverá enfermo.

El don del Entendimiento

El Entendimiento, como don del Santo Espíritu, nos ayuda a aferrar el significado de las verdades de nuestra santa religión. Por la fe las conocemos, pero por el entendimiento aprendemos a apreciarlas y a apetecerlas. Nos permite penetrar el profundo significado de las verdades reveladas y, a través de ellas, avivar la novedad de la vida. Nuestra fe deja de ser estéril e inactiva e inspira un modo de vida que da elocuente testimonio de la fe que hay en nosotros. Comenzamos a “caminar dignos de Dios en todas las cosas complaciendo y creciendo en el conocimiento de Dios”.

Oración

Ven, Oh Espíritu de Entendimiento, e ilumina nuestras mentes, que podamos conocer y creer en todos los misterios de la salvación, y que por fin podamos merecer ver la eterna luz en la Luz, y en la luz de la gloria tener una clara visión de Ti y del Padre y del Hijo. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


SÉPTIMO DÍA (Jueves)

Sana nuestras heridas, renueva nuestra fuerza. En nuestra aridez derrama tu rocío. Lava las manchas de la culpa.

El don de Consejo

El don de Consejo dota al alma de prudencia sobrenatural, permitiéndole juzgar con prontitud y correctamente qué debe hacer, especialmente en circunstancias difíciles. El Consejo aplica los principios dados por el Conocimiento y el Entendimiento a los innumerables casos concretos que confrontamos en el curso de nuestras diarias obligaciones en tanto padres, docentes, servidores públicos y ciudadanos cristianos. El Consejo es sentido común sobrenatural, un tesoro invalorable en el tema de la salvación. “Y por encima de todo esto, suplica al Altísimo para que enderece tu camino en la verdad” (Ecl 37,15).

Oración

Ven, Oh Espíritu de Consejo, ayúdame y guíame en todos mis caminos para que siempre haga tu Santa Voluntad. Inclina mi corazón a aquello que es bueno, apártame de todo lo que es malo y dirígeme por el sendero recto de tus Mandamientos a la meta de la vida eterna que yo anhelo. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


OCTAVO DÍA (Viernes)

Dobla la voluntad y el corazón obstinado, funde lo que está helado, calienta lo que está frío. Guía los pasos que se han desviado!

El don de Sabiduría

Abarcando a todos los otros dones, como la caridad abraza a todas las otras virtudes, la Sabiduría es el más perfecto de los dones. De la Sabiduría está escrito: “todo lo bueno vino a mí con Ella, y riquezas innumerables me llegaron a través de sus manos”. Es el don de la Sabiduría el que fortalece nuestra fe, fortifica la esperanza, perfecciona la caridad y promueve la práctica de la virtud en el más alto grado. La Sabiduría ilumina la mente para discernir y apreciar las cosas de Dios, ante las cuales los gozos de la tierra pierden su sabor, mientras la Cruz de Cristo produce una divina dulzura, de acuerdo a las palabras del Salvador: “Toma tu cruz y sígueme, porque mi yugo es dulce y mi carga ligera”.

Oración

Ven, Oh Espíritu de Sabiduría y revela a mi alma los misterios de las cosas celestiales, su enorme grandeza, poder y belleza. Enséñame a amarlas sobre todo y por encima de todos los gozos pasajeros y las satisfacciones de la tierra. Ayúdame a conseguirlas y a poseerlas para siempre. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


NOVENO DÍA (Sábado)

Tú, en aquellos que siempre más te confiesan y te adoran, en tus siete dones, desciende. Dales alivio en la muerte. Dales vida Contigo en las alturas. Dale los gozos que no tienen fin. Amén.

Los frutos del Espíritu Santo

Los dones del Espíritu Santo perfeccionan las virtudes sobrenaturales al permitirnos practicarlas con mayor docilidad a la divina inspiración. A medida que crecemos en el conocimiento y en el amor de Dios, bajo la dirección del Santo Espíritu, nuestro servicio se torna más sincero y generoso y la práctica de las virtudes más perfecta. Tales actos de virtudes dejan el corazón lleno de alegría y consolación y son conocidos como frutos del Espíritu Santo. Estos frutos, a su vez, hacen la práctica de las virtudes más activa y se vuelven un poderoso incentivo para esfuerzos aún mayores en el servicio de Dios.

Oración

Ven, Oh Divino Espíritu, llena mi corazón con tus frutos celestiales: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Que nunca esté yo cansado en el servicio de Dios sino que, por continua y fiel sumisión a tu inspiración, merezca estar eternamente unido Contigo, en el amor del Padre y del Hijo. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria

miércoles, 22 de agosto de 2018

TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN



Esta es la obra más característica de San Luis María de Montfort y la que más lo ha hecho conocer en el mundo. En el No. 110 del libro su autor mismo establece las perspectivas: “Estoy escribiendo lo que durante tantos años he enseñado en mis misiones pública y privadamente con no escaso fruto”. De su afirmación se deducen la naturaleza, los destinatarios y aún la fecha del escrito.

Es una enseñanza práctica de la misión, cuyo objetivo es descubrir la función de la Virgen María en el plan divino de la salvación y en la vida bautismal y apostólica del cristiano. Está dirigida a un público muy amplio, aunque es un secreto revelado “de modo especial a los humildes y sencillos” (VD 26) “como el mejor medio y el secreto más maravilloso para adquirir y conservar la divina Sabiduría” (ASE 203).

No se tienen datos para fijar la fecha precisa de composición, pero el hecho de que Montfort aluda a una experiencia de “tantos años” hace suponer que la propone por escrito hacia el final de su carrera misionera. Tradicionalmente se ubica en 1712 pensando que Luis María pudo aprovechar su descanso obligado durante el invierno 1710-1711 en Nantes para ordenar el plan de la obra y que el otoño de 1712, pasado en la ermita de San Eloy, hubiera sido el tiempo propicio para escribir, quizá con un complemento de varios meses de retiro en la segunda mitad de 1715 en la gruta de Mervant.

Como previsto por su autor, el manuscrito estuvo sepultado “en las tinieblas y el silencio de un cofre” (VD 114), escondido en alguna casa de campo aledaña a la capilla de San Miguel, en San Lorenzo, para escapar a las embestidas de la Revolución. Pasada la misma, el cofre fue llevado a la biblioteca de la Compañía de María en la Casa Madre. Allí permaneció el manuscrito olvidado hasta el 29 de abril de 1842 cuando fue descubierto y comenzó su divulgación de obra maestra, como uno de los libros más universalmente conocidos y apreciados del catolicismo contemporáneo, y uno de los que más han contribuido a fomentar la piedad cristiana en el mundo entero.


— A continuación se presenta una síntesis del texto original.
Al final se deja un link al texto.



Introducción

MARÍA EN EL DESIGNIO DE DIOS

Por medio de la Santísima Virgen María vino Jesucristo al mundo y también por medio de Ella debe reinar en el mundo.

MARÍA ES UN MISTERIO

1. A causa de su humildad

La vida de María fue oculta. Por ello, el Espíritu Santo y la Iglesia la llaman alma mater: Madre oculta y escondida. Su humildad fue tan profunda, que no hubo para Ella anhelo más firme y constante que el de ocultarse a sí misma y a todas las creaturas para ser conocida solamente de Dios.

Ella pidió a Dios pobreza y humildad. Y Él, escuchándola, tuvo a bien ocultarla en su concepción, nacimiento, vida, misterios, resurrección y asunción a casi todos los hombres. Sus propios padres no la conocían. Y los ángeles se preguntaban con frecuencia uno a otro: ¿Quién es ésta? (Cant 8,5). Porque el Altísimo se la ocultaba. O, si algo les manifestaba de Ella, era infinitamente más lo que les encubría.

2. Por disposición divina

Dios Padre -a pesar de haberle comunicado su poder consintió que no hiciera ningún milagro –al menos portentoso– durante su vida. Dios Hijo –a pesar de haberle comunicado su sabiduría– consintió en que Ella casi no hablara. Dios Espíritu Santo –a pesar de ser Ella su fiel Esposa– consintió en que los apóstoles y evangelistas hablaran de Ella muy poco y sólo en cuanto era necesario para dar a conocer a Jesucristo.

3. Por su grandeza excepcional

María es la excelente obra maestra del Altísimo, quien se ha reservado para sí el conocimiento y posesión de Ella. María es la Madre admirable del Hijo, quien tuvo a bien humillarla y ocultarla durante su vida, para fomentar su humildad, llamándola mujer (ver Jn 2,4; 19,26), como si se tratara de una extraña, aunque en su corazón la apreciaba y amaba más que a todos los ángeles y hombres. María es la fuente sellada, en la que sólo puede entrar el Espíritu Santo, cuya Esposa fiel es Ella. María es el santuario y tabernáculo de la Santísima Trinidad, donde Dios mora más magnífica y maravillosamente que en ningún otro lugar del universo, sin exceptuar los querubines y serafines; a ninguna creatura, por pura que sea, se le permite entrar allí sin privilegio especial.

¡Oh! ¡Qué portentos y misterios ha ocultado Dios en esta admirable creatura, como Ella misma se ve obligada a confesarlo –no obstante su profunda humildad–: ¡El Poderoso ha hecho obras grandes por mí! (Lc 1,49). El mundo los desconoce, porque es incapaz e indigno de conocerlos.

Todos los días, del uno al otro confín de la tierra, en lo más alto del cielo y en lo más profundo de los abismos, todo pregona y exalta a la admirable María. Los nueve coros angélicos, los hombres de todo sexo, edad, condición, religión, buenos y malos, y hasta los mismos demonios, de grado o por fuerza se ven obligados -por la evidencia de la verdad- a proclamarla bienaventurada.

MARÍA NO ES SUFICIENTEMENTE CONOCIDA

Debemos también exclamar con el Apóstol: El ojo no ha visto, el oído no ha oído, a nadie se le ocurrió pensar... (1Cor 2,9) las bellezas, grandezas y excelencias de María, milagro de los milagros de la gracia, de la naturaleza y de la gloria. “Si quieres comprender a la Madre -dice un santo-, trata de comprender al Hijo, pues Ella es la digna Madre de Dios”.

HAY QUE CONOCER MEJOR A MARÍA

El corazón me ha dictado cuanto acabo de escribir con alegría particular para demostrar que la excelsa María ha permanecido hasta ahora desconocida y que ésta es una de las razones de que Jesucristo no sea todavía conocido como debe serlo. De suerte que, si el conocimiento y reinado de Jesucristo han de dilatarse en el mundo –como ciertamente sucederá-, esto acontecerá como consecuencia necesaria del conocimiento y reinado de la Santísima Virgen, quien lo trajo al mundo la primera vez y lo hará resplandecer la segunda.


PRIMERA PARTE

MARÍA EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN

NECESIDAD DEL CULTO A MARÍA

Confieso con toda la Iglesia que, siendo María una simple creatura salida de las manos del Altísimo, comparada a la infinita Majestad de Dios, es menos que un átomo, o mejor, es nada, porque sólo El es El que es (Ex 3,14). Por consiguiente, este gran Señor, siempre independiente y suficiente a sí mismo, no tiene ni ha tenido absoluta necesidad de la Santísima Virgen para realizar su voluntad y manifestar su gloria. Le basta querer para hacerlo todo.

Afirmo, sin embargo, que -dadas las cosas como son-, habiendo querido Dios comenzar y culminar sus mayores obras por medio de la Santísima Virgen desde que la formó, es de creer que no cambiará jamás de proceder; es Dios, y no cambia ni en sus sentimientos ni en su manera de obrar (Ml 3,6; Rom 11,29; Heb 1,12).

CAPÍTULO I

MARÍA EN EL MISTERIO DE CRISTO

1. EN LA ENCARNACIÓN
Dios Padre entregó su Unigénito al mundo solamente por medio de María. Por más suspiros que hayan exhalado los patriarcas, por más ruegos que hayan elevado los profetas y santos de la antigua ley durante cuatro mil años a fin de obtener dicho tesoro, solamente María lo ha merecido y ha hallado gracia delante de Dios por la fuerza de su plegaria y la elevación de sus virtudes. El mundo era indigno –dice San Agustín– de recibir al Hijo de Dios inmediatamente de manos del Padre, quien lo entregó a María para que el mundo lo recibiera por medio de Ella.

Dios Hijo se hizo hombre para nuestra salvación, pero en María y por María. Dios Espíritu Santo formó a Jesucristo en María, pero después de haberle pedido su consentimiento por medio de uno de los primeros ministros de su corte.

2. EN LOS MISTERIOS DE LA REDENCIÓN
Este Dios-hombre encontró su libertad en dejarse aprisionar en su seno; manifestó su poder en dejarse llevar por esta jovencita; cifró su gloria y la de su Padre en ocultar sus resplandores a todas las creaturas de la tierra para no revelarlos sino a María; glorificó su propia independencia y majestad, sometiéndose a esta Virgen amable en la concepción, nacimiento, presentación en el templo, vida oculta de treinta años, hasta la muerte, a la que Ella debía asistir, para ofrecer con Ella un solo sacrificio y ser inmolado por su consentimiento al Padre eterno, como en otro tiempo Isaac, por la obediencia de Abrahán, a la voluntad de Dios. Ella le amamantó, alimentó, cuidó, educó y sacrificó por nosotros.

Si examinamos de cerca el resto de la vida de Jesucristo, veremos que ha querido inaugurar sus milagros por medio de María. Mediante la palabra de María santificó a San Juan en el seno de Santa Isabel, su madre (ver Lc 1,41-44); habló María, y Juan quedó santificado. Este fue el primero y mayor milagro de Jesucristo en el orden de la gracia. Ante la humilde plegaria de María, convirtió el agua en vino en las bodas de Caná (ver Jn 2,1-12). Era su primer milagro en el orden de la naturaleza. Comenzó y continuó sus milagros por medio de María, y por medio de Ella los seguirá realizando hasta el fin de los siglos.

CAPÍTULO II

MARÍA EN EL MISTERIO DE LA IGLESIA

La forma en que procedieron las tres divinas personas de la Santísima Trinidad en la encarnación y primera venida de Jesucristo, la prosiguen todos los días, de manera invisible, en la santa Iglesia, y la mantendrán hasta el fin de los siglos en la segunda venida de Jesucristo.

MISIÓN DE MARÍA EN EL PUEBLO DE DIOS

1. Colaboradora de Dios
Dios Hijo comunicó a su Madre cuanto adquirió mediante su vida y muerte, sus méritos infinitos y virtudes admirables, y la constituyó tesorera de cuanto el Padre le dio en herencia. Por medio de Ella aplica sus méritos a sus miembros, les comunica sus virtudes y les distribuye sus gracias. María constituye su canal misterioso, su acueducto, por el cual hace pasar suave y abundantemente sus misericordias.

2. Influjo Maternal de María
La gracia perfecciona a la naturaleza, y la gloria, a la gracia. Es cierto, por tanto, que Nuestro Señor es todavía en el cielo Hijo de María, como lo fue en la tierra, y, por consiguiente, conserva para con Ella la sumisión y obediencia del mejor de todos los hijos para con la mejor de todas las madres. No veamos, sin embargo, en esta dependencia ningún desdoro o imperfección en Jesucristo. María es infinitamente inferior a su Hijo, que es Dios. Y por ello no le manda, como haría una madre a su hijo aquí abajo, que es inferior a ella. María, toda transformada en Dios por la gracia y la gloria –que transforma en Él a todos los santos–, no pide, quiere, ni hace nada que sea contrario a la eterna e inmutable voluntad de Dios.

Si Moisés, con la fuerza de su plegaria, contuvo la cólera divina contra los israelitas en forma tan eficaz que el Señor, altísimo e infinitamente misericordioso, no pudiendo resistirle, le pidió que le dejase encolerizarse y castigar a ese pueblo rebelde (Ver Ex 32,10), ¿qué debemos pensar –con mayor razón– de los ruegos de la humilde María, la digna Madre de Dios, que son más poderosos delante de su Majestad que las súplicas e intercesiones de todos los ángeles y santos del cielo y de la tierra?

María impera en el cielo sobre los ángeles y bienaventurados. En recompensa a su profunda humildad, Dios le ha dado el poder y la misión de llenar de santos los tronos vacíos, de donde por orgullo cayeron los ángeles apóstatas. Tal es la voluntad del Altísimo, que exalta siempre a los humildes (Lc 1,52): que el cielo, la tierra y los abismos se sometan, de grado o por fuerza, a las órdenes de la humilde María, a quien constituyó soberana del cielo y de la tierra, capitana de sus ejércitos, tesorera de sus riquezas, dispensadora de sus gracias, realizadora de sus portentos, reparadora del género humano, mediadora de los hombres, exterminadora de los enemigos de Dios y fiel compañera de su grandeza y de sus triunfos.

3. Señal de fe autentica
Dios Padre quiere formarse hijos por medio de María hasta la consumación del mundo, y le dice: Pon tu morada en Jacob (BenS 24,13); es decir, fija tu morada y residencia en mis hijos y predestinados, simbolizados por Jacob, y no en los hijos del demonio, los réprobos, simbolizados por Esaú.

Todos los verdaderos hijos de Dios y predestinados tienen a Dios por Padre y a María por Madre. Y quien no tenga a María por Madre, tampoco tiene a Dios por Padre (ver Rom 8,25-30). Por eso los réprobos –tales los herejes, cismáticos, etc., que odian o miran con desprecio o indiferencia a la Santísima Virgen– no tienen a Dios por Padre –aunque se jacten de ello–, porque no tienen a María por Madre. Que, si la tuviesen por tal, la amarían y honrarían, como un hijo bueno y verdadero ama y honra naturalmente a la madre que le dio la vida.

La señal más infalible y segura para distinguir a un hereje, a un hombre de perversa doctrina, a un réprobo de un predestinado, es que el hereje y réprobo no tienen sino desprecio o indiferencia para con la Santísima Virgen, cuyo culto y amor procuran disminuir con sus palabras y ejemplos, abierta u ocultamente y, a veces, con pretextos aparentemente válidos. ¡Ay! Dios Padre no ha dicho a María que establezca en ellos su morada, porque son los Esaús.

4. María, Madre de la Iglesia
Dios Hijo quiere formarse por medio de María y, por decirlo así, encarnarse todos los días en los miembros de su Cuerpo místico, y le dice: Entra en la heredad de Israel (BenS 24,13). Como si le dijera: Dios, mi Padre, me ha dado en herencia todas las naciones de la tierra, todos los hombres buenos y malos, predestinados y réprobos; regiré a los primeros con cetro de oro; a los segundos, con vara de hierro; de los primeros seré padre y abogado; de los segundos, justo vengador; de todos seré juez. Tú, en cambio, querida Madre mía, tendrás por heredad y posesión solamente a los predestinados, simbolizados en Israel; como buena madre suya, tú los darás a luz, los alimentarás y harás crecer, y, como su soberana, los guiarás, gobernarás y defenderás.

5. María, figura de la Iglesia
Dios Espíritu Santo quiere formarse elegidos en Ella y por Ella, y le dice: En el pueblo glorioso echa raíces (BenS 24,13). Echa, querida Esposa mía, las raíces de todas tus virtudes en mis elegidos, para que crezcan de virtud en virtud y de gracia en gracia. Me complací tanto en ti mientras vivías sobre la tierra practicando las más sublimes virtudes, que aun ahora deseo hallarte en la tierra sin que dejes de estar en el cielo. Reprodúcete para ello en mis elegidos. Tenga yo el placer de ver en ellos las raíces de tu fe invencible, de tu humildad profunda, de tu mortificación universal, de tu oración sublime, de tu caridad ardiente, de tu esperanza firme y de todas tus virtudes. Tu eres, como siempre, mi Esposa fiel, pura y sublime. Tu fe me procure fieles; tu pureza me dé vírgenes; tu fecundidad, elegidos y templos.

CONSECUENCIAS

1. María es reina de los corazones

De lo que acabo de decir se sigue evidentemente: En primer lugar, que María ha recibido de Dios un gran dominio sobre las almas de los elegidos. Efectivamente, no podría fijar en ellos su morada, como el Padre le ha ordenado, ni formarlos, alimentarlos, darlos a luz para la eternidad –como madre suya–, poseerlos como propiedad personal, formarlos en Jesucristo y a Jesucristo en ellos, echar en sus corazones las raíces de sus virtudes y ser la compañera indisoluble del Espíritu Santo para todas las obras de la gracia... No puede, repito, realizar todo esto si no tiene derecho ni dominio sobre las almas por gracia singular del Altísimo, que, habiéndole dado poder sobre su Hijo único y natural, se lo ha comunicado también sobre sus hijos adoptivos no sólo en cuanto al cuerpo -lo cual sería poca cosa-, sino también en cuanto al alma.

2. María es necesaria a los hombres
  1. para la salvación.
    De todos los pasajes de los Santos Padres y doctores –de los cuales he elaborado una extensa colección para probar esta verdad-, presento solamente uno para no ser prolijo: “Ser devoto tuyo, ¡oh María! -dice San Juan Damasceno-, es un arma de salvación que Dios ofrece a los que quiere salvar”. Ver VD 182.

    Podría referir aquí varias historias que comprueban esto. Entre otras: 1, la que se cuenta en las crónicas de San Francisco: cuando vio en éxtasis una larga escalera que llegaba hasta el cielo y en cuya cima estaba la Santísima Virgen. Se le indicó que para llegar al cielo era necesario subir por dicha escalera; 2, la que se refiere en las crónicas de Santo Domingo (Ver SAR 101-104): cerca de Carcasona, donde el Santo predicaba el Rosario, quince mil demonios que se habían apoderado de un desgraciado hereje se vieron forzados a confesar, con gran confusión suya, por mandato de la Santísima Virgen, muchas, grandes y consoladoras verdades referentes a la devoción a María, con tal fuerza y claridad, que por poco devoto que seas de la Santísima Virgen, no podrás leer esta auténtica historia y el panegírico que el demonio, a pesar suyo, hizo de esta devoción, sin derramar lágrimas de alegría.

  2. para una perfección particular.
    Creo personalmente que nadie puede llegar a una íntima unión con Nuestro Señor y a una fidelidad perfecta al Espíritu Santo sin una unión muy estrecha con la Santísima Virgen y una verdadera dependencia de su socorro.

    De siglo en siglo, pero de modo especial hacia el fin del mundo, todos los grandes del pueblo buscan tu favor (Sal 45(44),14). San Bernardo comenta así estas palabras del Espíritu Santo: los mayores santos, las personas más ricas en gracia y virtud, son los más asiduos en implorar a la Santísima Virgen y contemplarla siempre como el modelo perfecto que imitar y la ayuda eficaz que les debe socorrer.

    He dicho que esto acontecerá especialmente hacia el fin del mundo -y muy pronto- porque el Altísimo y su santísima Madre han de formar grandes santos que superarán en santidad a la mayoría de los otros santos cuanto los cedros del Líbano exceden a los arbustos. Así fue revelado a un alma santa cuya vida escribió M. de Renty.

    Con sus palabras y ejemplos atraerán a todos a la verdadera devoción a María. Esto les granjeará muchos enemigos, pero también muchas victorias y gloria para Dios sólo. Así lo reveló Dios a San Vicente Ferrer, gran apóstol de su siglo, como lo consignó claramente en uno de sus escritos.


CAPÍTULO III

MARÍA EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS DE LA IGLESIA

MARÍA Y LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

La salvación del mundo comenzó por medio de María, y por medio de Ella debe alcanzar su plenitud. María casi no se manifestó en la primera venida de Jesucristo, a fin de que los hombres, poco instruidos e iluminados aún acerca de la persona de su Hijo, no se alejaran de la verdad, aficionándose demasiado fuerte e imperfectamente a la Madre, como habría ocurrido seguramente si Ella hubiera sido conocida, a causa de los admirables encantos que el Altísimo le había concedido aun en su exterior. Tan cierto es esto, que San Dionisio Aeropagita escribe que, cuando la vio, la hubiera tomado por una divinidad, a causa de sus secretos encantos e incomparable belleza, si la fe -en la que se hallaba bien cimentado- no le hubiera enseñado lo contrario.

Pero, en la segunda venida de Jesucristo, María tiene que ser conocida y puesta de manifiesto por el Espíritu Santo, a fin de que por Ella Jesucristo sea conocido, amado y servido. Pues ya no valen los motivos que movieron al Espíritu Santo a ocultar a su Esposa durante su vida y manifestarla sólo parcialmente desde que se predica el Evangelio.

Porque María debe resplandecer, más que nunca, en los últimos tiempos en misericordia, poder y gracia: en misericordia, para recoger y acoger amorosamente a los pobres pecadores y a los extraviados que se convertirán y volverán a la Iglesia católica; en poder contra los enemigos de Dios, los idólatras, cismáticos, mahometanos, judíos e impíos endurecidos, que se rebelarán terriblemente para seducir y hacer caer, con promesas y amenazas, a cuantos se les opongan; en gracia, finalmente, para animar y sostener a los valientes soldados y fieles servidores de Jesucristo, que combatirán por los intereses del Señor.

Por último, porque María debe ser terrible al diablo y a sus secuaces como un ejército en orden de batalla (Cant 6,3), sobre todo en estos últimos tiempos, cuando el diablo, sabiendo que le queda poco tiempo (Ap 12,17) -y mucho menos que nunca- para perder a las gentes, redoblará cada día sus esfuerzos y ataques. De hecho, suscitará en breve crueles persecuciones y tenderá terribles emboscadas a los fieles servidores y verdaderos hijos de María, a quienes le cuesta vencer mucho más que a los demás.

MARÍA EN LA LUCHA FINAL

A estas últimas y crueles persecuciones de Satanás, que aumentarán de día en día hasta que llegue el anticristo, debe referirse, sobre todo, aquella primera y célebre predicción y maldición lanzada por Dios contra la serpiente en el paraíso terrestre. Nos parece oportuno explicarla aquí, para gloria de la Santísima Virgen, salvación de sus hijos y confusión de los demonios. Pongo hostilidades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; ella herirá tu cabeza cuando tú hieras su talón (Gén 3,15).

Dios ha hecho y preparado una sola e irreconciliable hostilidad, que durará y se intensificará hasta el fin. Y es entre María, su digna Madre, y el diablo; entre los hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y secuaces de Lucifer. De suerte que el enemigo más terrible que Dios ha suscitado contra Satanás es María, su santísima Madre. Ya desde el paraíso terrenal –aunque María sólo estaba entonces en la mente divina– le inspiró tanto odio contra ese maldito enemigo de Dios, le dio tanta sagacidad para descubrir la malicia de esa antigua serpiente y tanta fuerza para vencer, abatir y aplastar a ese orgulloso impío, que el diablo la teme no sólo más que a todos los ángeles y hombres, sino, en cierto modo, más que al mismo Dios. No ya porque la ira, odio y poder divinos no sean infinitamente mayores que los de la Santísima Virgen, cuyas perfecciones son limitadas, sino:

1. porque Satanás, que es tan orgulloso, sufre infinitamente más al verse vencido y castigado por una sencilla y humilde esclava de Dios, y la humildad de la Virgen lo humilla más que el poder divino;

2. porque Dios ha concedido a María un poder tan grande contra los demonios, que -como, a pesar suyo, se han visto muchas veces obligados a confesarlo por boca de los posesos- tienen más miedo a un solo suspiro de María en favor de una persona que a las oraciones de todos los santos, y a una sola amenaza suya contra ellos más que a todos los demás tormentos.

Lo que Lucifer perdió por orgullo lo ganó María con la humildad. Lo que Eva condenó y perdió por desobediencia lo salvó María con la obediencia. Eva, al obedecer a la serpiente, se hizo causa de perdición para sí y para todos sus hijos, entregándolos a Satanás; María, al permanecer perfectamente fiel a Dios, se convirtió en causa de salvación para sí y para todos sus hijos y servidores, consagrándolos al Señor.

Dios no puso solamente una hostilidad, sino hostilidades, y no sólo entre María y Lucifer, sino también entre la descendencia de la Virgen y la del demonio. Es decir, Dios puso hostilidades, antipatías y odios secretos entre los verdaderos hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y esclavos del diablo: no pueden amarse ni entenderse unos a otros.

Los hijos de Belial (Dt 13,14), los esclavos de Satanás, los amigos de este mundo de pecado –¡todo viene a ser lo mismo!– han perseguido siempre, y perseguirán más que nunca de hoy en adelante, a quienes pertenezcan a la Santísima Virgen, como en otro tiempo Caín y Esaú –figuras de los réprobos– perseguían a sus hermanos Abel y Jacob, figuras de los predestinados.

El poder de María sobre todos los demonios resplandecerá, sin embargo, de modo particular en los últimos tiempos, cuando Satanás pondrá asechanzas a su calcañar, o sea, a sus humildes servidores y pobres hijos que Ella suscitará para hacerle la guerra. Serán pequeños y pobres a juicio del mundo; humillados delante de todos; rebajados y oprimidos como el calcañar respecto de los demás miembros del cuerpo. Pero, en cambio, serán ricos en gracias y carismas, que María les distribuirá con abundancia; grandes y elevados en santidad delante de Dios; superiores a cualquier otra creatura por su celo ardoroso; y tan fuertemente apoyados en el socorro divino, que, con la humildad de su calcañar y unidos a María, aplastarán la cabeza del demonio y harán triunfar a Jesucristo.

MARÍA Y LOS APÓSTOLES DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

Sí, Dios quiere que su Madre santísima sea ahora más conocida, amada y honrada que nunca. Lo que sucederá, sin duda, si los predestinados, con la gracia y luz del Espíritu Santo, entran y penetran en la práctica interior y perfecta de la devoción que voy a manifestarles en seguida.

Pero, ¿qué serán estos servidores, esclavos e hijos de María? Serán fuego encendido (Sal 104 [103],4; Heb 1,7), ministros del Señor que prenderán por todas partes el fuego del amor divino. Serán flechas agudas en la mano poderosa de María para atravesar a sus enemigos: como saetas en manos de un guerrero (Sal 127 [126],4).

Serán hijos de Leví, bien purificados por el fuego de grandes tribulaciones y muy unidos a Dios. Llevarán en el corazón el oro del amor, el incienso de la oración en el espíritu, y en el cuerpo, la mirra de la mortificación.

Serán en todas partes el buen olor de Jesucristo (ver 2Cor 2,15-16) para los pobres y sencillos; pero para los grandes, los ricos y mundanos orgullosos serán olor de muerte.

Serán nubes tronantes y volantes (ver Is 60,8), en el espacio, al menor soplo del Espíritu Santo. Sin apegarse a nada, ni asustarse, ni inquietarse por nada, derramarán la lluvia de la palabra de Dios y de la vida eterna, tronarán contra el pecado, descargarán golpes contra el demonio y sus secuaces, y con la espada de dos filos de la palabra de Dios (Heb 4,12; Ef 6,17) traspasarán a todos aquellos a quienes sean enviados de parte del Altísimo.

Por último, sabemos que serán verdaderos discípulos de Jesucristo. Caminarán sobre las huellas de su pobreza, humildad, desprecio de lo mundano y caridad evangélica, y enseñarán la senda estrecha de Dios en la pura verdad, conforme al santo Evangelio y no a los códigos mundanos, sin inquietarse por nada ni hacer acepción de personas; sin perdonar, ni escuchar, ni temer a ningún mortal por poderoso que sea.

Llevarán en la boca la espada de dos filos de la palabra de Dios (Heb 4,12); sobre sus hombros, el estandarte ensangrentado de la cruz; en la mano derecha, el crucifijo; el rosario en la izquierda; los sagrados nombres de Jesús y de María en el corazón, y en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo.


SEGUNDA PARTE

EL CULTO DE MARÍA EN LA IGLESIA

CAPÍTULO I

FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS DEL CULTO A MARÍA

JESUCRISTO, FIN ÚLTIMO DEL CULTO A MARÍA

El fin último de toda devoción debe ser Jesucristo, Salvador del mundo, verdadero Dios y verdadero hombre. De lo contrario, tendríamos una devoción falsa y engañosa.

Efectivamente, sólo en Cristo habita realmente la plenitud total de la divinidad (Col 2,9) y todas las demás plenitudes de gracia, virtud y perfección. Sólo en Cristo hemos sido bendecidos con toda bendición del Espíritu (Ef 1,3).

Porque El es el único Maestro que debe enseñarnos, el único Señor de quien debemos depender, la única Cabeza a la que debemos estar unidos, el único Modelo a quien debemos asemejarnos, el único Médico que debe curarnos, el único Pastor que debe apacentarnos, el único Camino que debe conducirnos, la única Verdad que debemos creer, la única Vida que debe vivificarnos y el único Todo que en todo debe bastarnos.

Bajo el cielo, no tenemos los hombres otro diferente de él al que debamos invocar para salvarnos (Hech 4,12).

Dios no nos ha dado otro fundamento de salvación, perfección y gloria que Jesucristo. Todo edificio que no esté construido sobre esta roca firme, se apoya en arena movediza, y se derrumbará infaliblemente tarde o temprano.

Por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo lo podemos todo: tributar al Padre en la unidad del Espíritu Santo todo honor y gloria; hacernos perfectos y ser olor de vida eterna para nuestro prójimo.

Por tanto, si establecemos la sólida devoción a la Santísima Virgen, es sólo para establecer más perfectamente la de Jesucristo y ofrecer un medio fácil y seguro para encontrar al Señor. Si la devoción a la Santísima Virgen apartase de Jesucristo, habría que rechazarla como ilusión diabólica. Pero - como ya lo he demostrado e insistiré en ello más adelante, sucede todo lo contrario. Esta devoción nos es necesaria para hallar perfectamente a Jesucristo, amarlo con ternura y servirlo con fidelidad.

Me dirijo a ti por un momento, amabilísimo Jesús mío, para quejarme amorosamente ante tu divina Majestad de que la mayor parte de los cristianos, aun los más instruidos, ignoran la unión necesaria que existe entre ti y tu Madre santísima. ¡Ah! ¡Si se conociera la gloria y el amor que recibes en esta creatura admirable, se tendrían hacia ti y hacia Ella sentimientos muy diferentes de los que ahora se tienen! Ella se halla tan íntimamente unida a ti, que sería más fácil separar la luz del sol, el calor del fuego; más aún, sería más fácil separar de ti a todos los ángeles y santos que a la divina María, porque Ella te ama más ardientemente y te glorifica con mayor perfección que todas las demás creaturas juntas.

¿No será, pues, extraño y lamentable, amable Maestro mío, el ver la ignorancia y oscuridad de todos los hombres respecto a tu santísima Madre? No hablo tanto de los idólatras y paganos: no conociéndote a ti, tampoco a Ella la conocen. Tampoco hablo de los herejes y cismáticos: separados de ti y de tu Iglesia, no se preocupan de ser devotos de tu Madre. Hablo, sí, de los católicos, y aun de los doctores entre los católicos; ellos hacen profesión de enseñar a otros la verdad, pero no te conocen ni a ti ni a tu Madre santísima sino de manera especulativa, árida, estéril e indiferente. Estos caballeros hablan sólo rara vez de tu santísima Madre y del culto que se le debe. Tienen miedo, según dicen, a que se deslice algún abuso y se te haga injuria al honrarla a Ella demasiado. Si ven u oyen a algún devoto de María hablar con frecuencia de la devoción hacia esta Madre amantísima, con acento filial, eficaz y persuasivo, como de un medio sólido y sin ilusiones, de un camino corto y sin peligros, de una senda inmaculada y sin imperfecciones y de un secreto maravilloso para encontrarte y amarte debidamente, gritan en seguida contra él, esgrimiendo mil argumentos falsos para probarle que no hay que hablar tanto de la Virgen, que hay grandes abusos en esta devoción y es preciso dedicarse a destruirlos, que es mejor hablar de ti en vez de llevar a las gentes a la devoción a la Santísima Virgen, a quien ya aman lo suficiente.

Si alguna vez se les oye hablar de la devoción a tu santísima Madre, no es, sin embargo, para fundamentarla o inculcarla, sino para destruir sus posibles abusos. Mientras carecen de piedad y devoción tierna para contigo, porque no la tienen para con María. Consideran el rosario, el escapulario, la corona (cinco misterios), como devociones propias de mujercillas y personas ignorantes, que poco importan para la salvación. De suerte que, si cae en sus manos algún devoto de la Santísima Virgen que reza el rosario o practica alguna devoción en su honor, no tardan en cambiarle el espíritu y el corazón, y le aconsejan que, en lugar del rosario, rece los siete salmos penitenciales, y, en vez de la devoción a la Santísima Virgen, le exhortan a la devoción a Jesucristo.

¡Jesús mío amabilísimo! ¿Tienen éstos tu espíritu? ¿Te es grata su conducta? ¿Te agrada quien, por temor a desagradarte, no se esfuerza por honrar a tu Madre? ¿Es la devoción a tu santísima Madre obstáculo a la tuya? ¿Forma Ella bando aparte? ¿Es, por ventura, una extraña, que nada tiene que ver contigo? ¿Quien le agrada a Ella, te desagrada a ti? Consagrarse a Ella y amarla, ¿será separarse o alejarse de ti?

PERTENECEMOS A JESÚS Y A MARÍA

Hay, en este mundo, dos modos de pertenecer a otro y depender de su autoridad: el simple servicio y la esclavitud. De donde proceden los apelativos de criado y esclavo.

Hay tres clases de esclavitud: natural, forzada y voluntaria.

Todas las creaturas son esclavas de Dios según el primer modo: Del Señor es la tierra y cuanto la llena (Sal 24 [23],1). Conforme al segundo, lo son los demonios y condenados. Según el tercero, los justos y los santos.

Hay una diferencia total entre criado y esclavo:

1. El criado no entrega a su patrón todo lo que es, todo lo que posee ni todo lo que puede adquirir por sí mismo o por otro; el esclavo se entrega totalmente a su amo, con todo lo que posee y puede adquirir, sin excepción alguna.

2. El criado exige retribución por los servicios que presta a su patrón; el esclavo, por el contrario, no puede exigir nada, por más asiduidad, habilidad y energía que ponga en el trabajo.

3. El criado puede abandonar a su patrón cuando quiera o, al menos, cuando expire el plazo del contrato; mientras que el esclavo no tiene derecho de abandonar a su amo cuando quiera.

4. El patrón no tiene sobre el criado derecho alguno de vida o muerte, de modo que, si lo matase como a uno de sus animales de carga, cometería un homicidio; el amo, en cambio –conforme a la ley–, tiene sobre su esclavo derecho de vida y muerte, de modo que puede venderlo a quien quiera o matarlo -perdóname la comparación-, como haría con su propio caballo.

5. Por último, el criado está al servicio del patrón sólo temporalmente; el esclavo lo está para siempre.

Nada hay entre los hombres que te haga pertenecer más a otro que la esclavitud. Nada hay tampoco entre los cristianos que nos haga pertenecer más completamente a Jesucristo y a su santísima Madre que la esclavitud aceptada voluntariamente, a ejemplo de Jesucristo, que por nuestro amor tomó forma de esclavo (Flp 2,7), y de la Santísima Virgen, que se proclamó servidora y esclava del Señor (Lc 1,38). El Apóstol se honra de llamarse servidor de Jesucristo (Rom 1,38; ver 1Cor 7,22; 2Tim 2,24). Los cristianos son llamados repetidas veces en la Sagrada Escritura servidores de Cristo. Palabra que -como hace notar acertadamente un escritor insigne- equivalía antes a esclavo, porque entonces no se conocían servidores como los criados de ahora, dado que los señores sólo eran servidos por esclavos o libertos.

Afirmo que debemos pertenecer a Jesucristo y servirle no sólo como mercenarios, sino como esclavos de amor, que, por efecto de un intenso amor, se entregan y consagran a su servicio en calidad de esclavos por el único honor de pertenecerle. Antes del Bautismo éramos esclavos del diablo. El Bautismo nos transformó en esclavos de Jesucristo (Ver Rom 6,22). Es necesario, pues, que los cristianos sean esclavos del diablo o de Jesucristo.

Lo que digo en términos absolutos de Jesucristo, lo digo, proporcionalmente, de la Santísima Virgen. Habiéndola escogido Jesucristo por compañera inseparable de su vida, muerte, gloria y poder en el cielo y en la tierra, le otorgó, gratuitamente - respecto de su Majestad- todos los derechos y privilegios que Él posee por naturaleza: “Todo lo que conviene a Dios por naturaleza, conviene a María por gracia”, dicen los santos. De suerte que, según ellos, teniendo los dos el mismo querer y poder, tienen también los mismos servidores y esclavos.

Podemos, pues -conforme al parecer de los santos y de muchos varones insignes-, llamarnos y hacernos esclavos de amor de la Santísima Virgen, a fin de serlo más perfectamente de Jesucristo. La Virgen Santísima es el medio del cual se sirvió el Señor para venir a nosotros. Es también el medio del cual debemos servirnos para ir a Él. Pues María no es como las demás creaturas, que, si nos apegamos a ellas, pueden separarnos de Dios en lugar de acercarnos a El. La tendencia más fuerte de María es la de unirnos a Jesucristo, su Hijo, y la más viva tendencia del Hijo es que vayamos a El por medio de su santísima Madre. Obrar así es honrarlo y agradarle, como sería honrar y agradar a un rey el hacerse esclavo de la reina para ser mejores súbditos y esclavos del soberano. Por esto, los Santos Padres y luego San Buenaventura dicen que la Santísima Virgen es el camino para llegar a Nuestro Señor.

Y ¿no será razonable que, entre tantos esclavos por fuerza, los haya también de amor, que escojan libremente a María como Soberana? ¡Pues qué! ¿Han de tener los hombres y los demonios sus esclavos voluntarios y no los ha de tener María?

Pero ¿adónde me lleva la pluma? ¿Por qué detenerme a probar lo que es evidente? Si alguno no quiere que nos llamemos esclavos de la Santísima Virgen, ¿qué más da? ¡Hacerte y llamarte esclavo de Jesucristo es hacerte y proclamarte esclavo de la Santísima Virgen! Porque Jesucristo es el fruto y gloria de María.

Todo esto se realiza de modo perfecto con la devoción de que te voy a hablar.

DEBEMOS REVESTIRNOS DEL HOMBRE NUEVO, JESUCRISTO

Nuestras mejores acciones quedan, de ordinario, manchadas e infectadas a causa de las malas inclinaciones que hay en nosotros.

Cuando se vierte agua limpia y clara en una vasija que huele mal, o vino en una garrafa maleada por otro vino, el agua clara y el buen vino se dañan y toman fácilmente el mal olor. Del mismo modo, cuando Dios vierte en nuestra alma, infectada por el pecado original y actual, sus gracias y rocíos celestiales o el vino delicioso de su amor, sus bienes se deterioran y dañan ordinariamente a causa de la levadura de malas inclinaciones que el pecado ha dejado en nosotros. Y nuestras acciones, aun las inspiradas por las virtudes más sublimes, se resienten de ello.

Es, por tanto, de suma importancia para alcanzar la perfección –que sólo se adquiere por la unión con Jesucristo– liberarnos de lo malo que hay en nosotros.

Para vaciarnos de nosotros mismos, debemos, en primer lugar, conocer bien, con la luz del Espíritu Santo, nuestras malas inclinaciones, nuestra incapacidad para todo bien concerniente a la salvación, nuestra debilidad en todo, nuestra continua inconstancia, nuestra indignidad para toda gracia y nuestra iniquidad en todo lugar.

Somos, por naturaleza, más soberbios que los pavos reales, más apegados a la tierra que los sapos, más viles que los cerdos, más coléricos que los tigres, más perezosos que las tortugas, más débiles que las cañas y más inconstantes que las veletas.

Si no morimos a nosotros mismos y si nuestras devociones más santas no nos llevan a esta muerte necesaria y fecunda, no produciremos fruto que valga la pena y nuestras devociones serán inútiles; todas nuestras obras de virtud quedarán manchadas por el egoísmo y la voluntad propia.

Debemos escoger entre las devociones a la Santísima Virgen la que nos lleva más perfectamente a dicha muerte al egoísmo, por ser la mejor y más santificadora. Porque no hay que creer que es oro todo lo que brilla, ni miel todo lo dulce, ni el camino más fácil y lo que practica la mayoría es lo más eficaz para la salvación. Así como hay secretos naturales para hacer en poco tiempo, con pocos gastos y gran facilidad ciertas operaciones naturales, también hay secretos en el orden de la gracia para realizar en poco tiempo, con dulzura y facilidad, operaciones sobrenaturales: liberarte del egoísmo, llenarte de Dios y hacerte perfecto. La práctica que quiero descubrirte es uno de esos secretos de la gracia ignorado por gran número de cristianos, conocido de pocos devotos, practicado y saboreado por un número aún menor.

LA ACCIÓN MATERNAL DE MARÍA FACILITA EL ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO

Es más perfecto, porque es más humilde, no acercarnos a Dios por nosotros mismos, sino acudir a un mediador. Estando tan corrompida nuestra naturaleza -como acabo de demostrar-, si nos apoyamos en nuestros propios esfuerzos, habilidad y preparación para llegar hasta Dios y agradarle, ciertamente nuestras obras de justificación quedarán manchadas o pesarán muy poco delante de Dios para comprometerlo a unirse a nosotros y escucharnos.

Porque no sin razón nos ha dado Dios mediadores ante sí mismo. Vio nuestra indignidad e incapacidad, se apiadó de nosotros, y, para darnos acceso a sus misericordias, nos proveyó de poderosos mediadores ante su grandeza. Por tanto, despreocuparte de tales mediadores y acercarte directamente a la santidad divina sin recomendación alguna es faltar a la humildad y al respecto debido a un Dios tan excelso y santo, es hacer menos caso de ese Rey de reyes del que harías de un soberano o príncipe de la tierra, a quien no te acercarías sin un amigo que hable por ti.

Jesucristo es nuestro abogado y mediador de redención ante el Padre. Por Él debemos orar junto con la Iglesia triunfante y militante. Por Él tenemos acceso ante la Majestad divina, y sólo apoyados en Él y revestidos de sus méritos debemos presentarnos ante el Padre, así como el humilde Jacob compareció ante su padre Isaac, para recibir la bendición, cubierto con pieles de cabrito.

Pero ¿no necesitamos, acaso, un mediador ante el mismo Mediador? ¿Bastará nuestra pureza para unirnos a Él directamente y por nosotros mismos? ¿No es Él, acaso, Dios igual en todo a su Padre, y, por consiguiente, el Santo de los santos, tan digno de respeto como su Padre? Si por amor infinito se hizo nuestro fiador y mediador ante el Padre para aplacarlo y pagarle nuestra deuda, ¿será esto razón para que tengamos menos respeto para con su majestad y santidad?

Digamos, pues, abiertamente, con San Bernardo, que necesitamos un mediador ante el Mediador mismo y que la excelsa María es la más capaz de cumplir este oficio caritativo. Por Ella vino Jesucristo a nosotros, y por Ella debemos nosotros ir a Él.

Si tememos ir directamente a Jesucristo-Dios a causa de su infinita grandeza y de nuestra pequeñez o pecados, imploremos con filial osadía la ayuda e intercesión de María, nuestra Madre. Ella es tierna y bondadosa. En Ella no hay nada austero o repulsivo ni excesivamente sublime o deslumbrante. Al verla, vemos nuestra propia naturaleza. No es el sol, que con la viveza de sus rayos podría deslumbrarnos a causa de nuestra debilidad. Es hermosa y apacible como la luna (Cant 6,10), que recibe la luz del sol para acomodarla a la debilidad de nuestra vista.

LLEVAMOS EL TESORO DE LA GRACIA EN VASIJAS DE ARCILLA

Es muy difícil, dada nuestra pequeñez y fragilidad, conservar las gracias y tesoros de Dios, porque:

1. Llevamos este tesoro, más valioso que el cielo y la tierra, en vasijas de arcilla (2Cor 4,7), en un cuerpo corruptible, en un alma débil e inconstante que por nada se turba y abate.

2. Los demonios, ladrones muy astutos, quieren sorprendernos de improviso para robarnos y desvalijarnos. Espían día y noche el momento favorable para ello. Nos rodean incesantemente para devorarnos (ver 1Pe 5,8) y arrebatarnos en un momento –por un solo pecado– todas las gracias y méritos logrados en muchos años. Su malicia, su pericia, su astucia y número deben hacernos temer infinitamente esta desgracia, ya que personas más llenas de gracia, más ricas en virtudes, más experimentadas y elevadas en santidad que nosotros han sido sorprendidas, robadas y saqueadas lastimosamente. ¡Ah! ¡Cuántos cedros del Líbano y estrellas del firmamento cayeron miserablemente y perdieron en poco tiempo su elevación y claridad!

Y ¿cuál es la causa? No fue falta de gracia. Que Dios a nadie la niega. Sino ¡falta de humildad! Se consideraron capaces de conservar sus tesoros. Se fiaron de sí mismos y se apoyaron en sus propias fuerzas. Creyeron bastante segura su casa y suficientemente fuertes sus cofres para guardar el precioso tesoro de la gracia, y por este apoyo imperceptible en sí mismos –aunque les parecía que se apoyaban solamente en la gracia de Dios–, el Señor, que es la justicia misma, abandonándolos a sí mismos, permitió que fueran saqueados.

¡Ay! Si hubieran conocido la devoción admirable que a continuación voy a exponer, habrían confiado su tesoro a una Virgen fiel y poderosa, y Ella lo habría guardado como si fuera propio, y hasta se habría comprometido a ello en justicia.

3. Es difícil perseverar en gracia, a causa de la increíble corrupción del mundo. Corrupción tal que es prácticamente imposible que los corazones no se manchen, si no con su lodo, al menos con su polvo. Hasta el punto de que es una especie de milagro el que una persona se conserve en medio de este torrente impetuoso sin ser arrastrado por él, en medio de este mar tempestuoso sin anegarse o ser saqueada por los piratas y corsarios, en medio de esta atmósfera viciada sin contagiarse.

Sólo la Virgen fiel, contra quien nada pudo la serpiente, hace este milagro en favor de aquellos que la sirven lo mejor que pueden.

CAPÍTULO II

DEFORMACIONES DEL CULTO A MARÍA

Hoy más que nunca, nos encontramos con falsas devociones que fácilmente podrían tomarse por verdaderas. El demonio, como falso acuñador de moneda y engañador astuto y experimentado, ha embaucado y hecho caer a muchas almas por medio de falsas devociones a la Santísima Virgen, y cada día utiliza su experiencia diabólica para perder a muchas otras, entreteniéndolas y adormeciéndolas en el pecado so pretexto de algunas oraciones mal recitadas y de algunas prácticas exteriores inspiradas por él.

Como un falsificador de moneda no falsifica ordinariamente sino el oro y la plata, y muy rara vez los otros metales, porque no valen la pena, así el espíritu maligno no falsifica las otras devociones tanto como las de Jesús y María –la devoción a la sagrada comunión y la devoción a la Santísima Virgen-, porque son, entre las devociones, lo que el oro y la plata entre los metales.

Es por ello importantísimo: 1. conocer las falsas devociones, para evitarlas, y la verdadera, para abrazarla; 2. conocer cuál es, entre las diferentes formas de devoción verdadera a la Santísima Virgen, la más perfecta, la más agradable a María, la más gloriosa para Dios y la más eficaz para nuestra santificación, a fin de optar por ella.

Hay, a mi parecer, siete clases de falsos devotos y falsas devociones a la Santísima Virgen, a saber:
1. los devotos críticos;
2. los devotos escrupulosos;
3. los devotos exteriores;
4. los devotos presuntuosos;
5. los devotos inconstantes;
6. los devotos hipócritas;
7. los devotos interesados.


Confieso que para ser verdadero devoto de la Santísima Virgen no es absolutamente necesario que seas tan santo, que llegues a evitar todo pecado, aunque esto sería lo más deseable. Pero es preciso al menos (¡nota bien lo que digo!):

1. mantenerte sinceramente resuelto a evitar, por lo menos, todo pecado mortal, que ultraja tanto a la Madre como al Hijo;

2. violentarte para evitar el pecado;

3. inscribirte en las cofradías, rezar los cinco o los quince misterios del rosario u otras oraciones, ayunar los sábados, etc.

Pongamos, pues, suma atención, a fin de no pertenecer al número de los devotos críticos, que no creen en nada, pero todo lo critican; de los devotos escrupulosos, que temen ser demasiado devotos a la Santísima Virgen por respeto a Jesucristo; de los devotos exteriores, que hacen consistir toda su devoción en prácticas exteriores; de los devotos presuntuosos, que, bajo el oropel de una falsa devoción a la Santísima Virgen, viven encenagados en el pecado; de los devotos inconstantes, que –por ligereza– cambian sus prácticas de devoción o las abandonan a la menor tentación; de los devotos hipócritas, que entran en las cofradías y visten la librea de la Santísima Virgen para hacerse pasar por santos, y finalmente, de los devotos interesados, que sólo recurren a la Santísima Virgen para librarse de males corporales o alcanzar bienes de este mundo.

CAPÍTULO III

LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN

Después de haber desenmascarado y reprobado las falsas devociones a la Santísima Virgen, conviene presentar en pocas palabras la verdadera. Esta es:
1. interior;
2. tierna;
3. santa;
4. constante;
5. desinteresada.

Primero, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es interior. Es decir, procede del espíritu y del corazón, de la estima que tienes de Ella, de la alta idea que te has formado de sus grandezas y del amor que le tienes.

Segundo, ella es tierna, vale decir, llena de confianza en la Santísima Virgen, como la confianza del niño en su querida madre. Esta devoción hace que recurras a la Santísima Virgen en todas tus necesidades materiales y espirituales con gran sencillez, confianza y ternura, e implores la ayuda de tu bondadosa Madre en todo tiempo, lugar y circunstancia: en las dudas, para que te esclarezca; en los extravíos, para que te convierta al buen camino; en las tentaciones, para que te sostenga; en las debilidades, para que te fortalezca; en las caídas, para que te levante; en los desalientos, para que te reanime; en los escrúpulos, para que te libre de ellos; en las cruces, afanes y contratiempos de la vida, para que te consuele. Finalmente, en todas las dificultades materiales y espirituales, María es tu recurso ordinario, sin temor de importunar a tu bondadosa Madre ni desagradar a Jesucristo.

Tercero, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es santa. Es decir, te lleva a evitar el pecado e imitar las virtudes de la Santísima Virgen, y en particular su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega, su oración continua, su mortificación universal, su pureza divina, su caridad ardiente, su paciencia heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina. Estas son las diez principales virtudes de la santísima Virgen.

Cuarto, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante. Te consolida en el bien y hace que no abandones fácilmente las prácticas de devoción. Te anima para que puedas oponerte a lo mundano y sus costumbres y máximas; a lo carnal y sus molestias y pasiones; al diablo y sus tentaciones. De suerte que, si eres verdaderamente devoto de la Santísima Virgen, huirán de ti la veleidad, la melancolía, los escrúpulos y la cobardía. Lo que no quiere decir que no caigas algunas veces ni experimentes cambios en tu devoción sensible. Pero, si caes, te levantarás tendiendo la mano a tu bondadosa Madre; si pierdes el gusto y la devoción sensibles, no te acongojarás por ello. Porque el justo y fiel devoto de María vive de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos corporales (ver Heb 10,34).

Quinto, por último, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es desinteresada. Es decir, te inspirará no buscarte a ti mismo, sino sólo a Dios en su santísima Madre. El verdadero devoto de María no sirve a esta augusta Reina por espíritu de lucro o interés ni por su propio bien temporal o eterno, corporal o espiritual, sino únicamente porque Ella merece ser servida y sólo Dios en Ella. Ama a María, pero no precisamente por los favores que recibes o espera recibir de Ella, sino porque Ella es amable. Por eso la ama con la misma fidelidad en los sinsabores y sequedades que en las dulzuras y fervores sensibles. La ama lo mismo en el Calvario que en las bodas de Caná.

¡Ah! ¡Cuán agradable y precioso es delante de Dios y de su santísima Madre el devoto de María que no se busca a sí mismo en los servicios que le presta! Pero ¡qué pocos hay así! Para que no sea tan reducido ese número, estoy escribiendo lo que durante tantos años he enseñado en mis misiones pública y privadamente con no escaso fruto.

Preveo claramente que muchas bestias rugientes llegan furiosas a destrozar con sus diabólicos dientes este humilde escrito y a aquel de quien el Espíritu Santo se ha servido para redactarlo, o sepultar, al menos, estas líneas en las tinieblas o en el silencio de un cofre a fin de que no sea publicado. Atacarán, incluso, a quienes lo lean y pongan en práctica. Pero ¡qué importa! ¡Tanto mejor! ¡Esta perspectiva me anima y hace esperar un gran éxito, es decir, la formación de un gran escuadrón de aguerridos y valientes soldados de Jesús y de María, de uno y otro sexo, que combatirán al mundo, al demonio y a la naturaleza corrompida en los tiempos –como nunca peligrosos– que van a llegar!

CAPÍTULO IV

DIVERSAS PRÁCTICAS DE DEVOCIÓN A MARÍA

PRÁCTICAS COMUNES

La verdadera devoción a la Santísima Virgen puede expresarse interiormente de diversas maneras. He aquí, en resumen, las principales:

1. honrarla, como a digna Madre de Dios, con culto de hiperdulía, es decir, estimarla y venerarla más que a todos los otros santos, por ser Ella la obra maestra de la gracia y la primera después de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre;
2. meditar sus virtudes, privilegios y acciones;
3. contemplar sus grandezas;
4. ofrecerle actos de amor, alabanza, acción de gracias;
5. invocarla de corazón;
6. ofrecerse y unirse a Ella;
7. realizar todas las acciones con intención de agradarla;
8. comenzar, continuar y concluir las acciones por Ella, en Ella, con Ella y para Ella, a fin de hacerlas por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo y para Jesucristo, nuestra meta definitiva.

La verdadera devoción a la Santísima Virgen tiene también varias prácticas exteriores. Estas son las principales:
1. inscribirse en sus cofradías y entrar en las congregaciones marianas;
2. entrar en las órdenes o institutos religiosos fundados para honrarla;
3. publicar sus alabanzas;
4. hacer en su honor limosnas, ayunos y mortificaciones espirituales y corporales.
5. llevar sus libreas, como el santo rosario, el escapulario o la cadenilla;
6. rezar atenta y modestamente el santo rosario, compuesto de quince decenas de avemarías, en honor de los quince principales misterios de Jesucristo, o la tercera parte del rosario, que son cinco decenas, en honor de los cinco misterios gozosos (anunciación, visitación, nacimiento de Jesucristo, purificación y el Niño perdido y hallado en el templo); o de los cinco misterios dolorosos (agonía de Jesús en el huerto, flagelación, coronación de espinas, subida al Calvario con la cruz a cuestas y crucifixión y muerte de Jesús); o de los cinco misterios gloriosos (resurrección de Jesucristo, ascensión del Señor, venida del Espíritu Santo, asunción y coronación de María por las tres personas de la Santísima Trinidad); o una corona de seis o siete decenas en honor de los años que, según se cree, vivió sobre la tierra la Santísima Virgen; o la coronilla de la Santísima Virgen, compuesta de tres padrenuestros y doce avemarías, en honor de su corona de doce estrellas o privilegios; o el oficio de Santa María Virgen, tan universalmente aceptado y rezado en la Iglesia; o el salterio menor de María Santísima, compuesto en honor suyo por San Buenaventura, y que inspira afectos tan tiernos y devotos que no se puede rezar sin conmoverse; o catorce padrenuestros y avemarías en honor de sus catorce alegrías; u otras oraciones, himnos y cánticos de la Iglesia, como la Salve; Madre del Redentor; Salve, Reina de los cielos o Reina de los cielos –según los tiempos litúrgicos–; el himno Salve, de mares Estrella; la antífona ¡Oh gloriosa Señora!, el Magnificat, etc., u otras piadosas plegarias de que están llenos los devocionarios;
7. cantar y hacer cantar en su honor cánticos espirituales;
8. hacer en su honor cierto número de genuflexiones o reverencias, diciéndole, por ejemplo, todas las mañanas sesenta o cien veces: Dios te salve, María, Virgen fiel, para alcanzar de Dios, por mediación suya, la fidelidad a la gracia durante todo el día; y por la noche: Dios te salve, María, Madre de misericordia, para implorar de Dios, por medio de Ella, el perdón de los pecados cometidos durante el día;
9. mostrar interés por sus cofradías, adornar sus altares, coronar y embellecer sus imágenes;
10. organizar procesiones y llevar en ellas sus imágenes y llevar una consigo, como arma poderosa contra el demonio;
11. hacer pintar o grabar sus imágenes o su monograma y colocarlas en las iglesias, las casas o los dinteles de las puertas y entrada de las ciudades, de las iglesias o de las casas;
12. consagrarse a Ella en forma especial y solemne.

LA PRÁCTICA MÁS PERFECTA

Después de todo, protesto abiertamente que –aunque he leído todos los libros que tratan de la devoción a la Santísima Virgen86 y conversado familiarmente con las personas más santas y sabias de estos últimos tiempos- no he logrado conocer ni aprender una práctica de devoción semejante a la que voy a explicar, que te exija más sacrificios por Dios, te libre más de ti mismo y de tu egoísmo, te conserve más firme y fielmente en la gracia y la gracia en ti, te una más perfecta y fácilmente a Jesucristo y sea más gloriosa para Dios, más santificadora para ti mismo y más útil al prójimo.

Dado que lo esencial de esta devoción consiste en el interior que ella debe formar, no será igualmente comprendida por todos: algunos se detendrán en lo que tiene de exterior, sin pasar de ahí: será el mayor número; otros, en número reducido, penetrarán en lo interior de la misma, pero se quedarán en el primer grado. ¿Quién subirá al segundo? ¿Quién llegará hasta el tercero? ¿Quién, finalmente, permanecerá en él habitualmente? Sólo aquel a quien el Espíritu Santo de Jesucristo revele este secreto y lo conduzca por sí mismo para hacerlo avanzar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta transformarlo en Jesucristo y llevarlo a la plenitud de su madurez sobre la tierra y perfección de su gloria en el cielo.


TERCERA PARTE

LA PERFECTA CONSAGRACIÓN A JESUCRISTO

CAPÍTULO I

CONTENIDOS ESENCIALES DE LA CONSAGRACIÓN

La plenitud de nuestra perfección consiste en asemejarnos, vivir unidos y consagrados a Jesucristo. Por consiguiente, la más perfecta de todas las devociones es, sin duda alguna, la que nos asemeja, une y consagra más perfectamente a Jesucristo. Ahora bien, María es la creatura más semejante a Jesucristo. Por consiguiente, la devoción que mejor nos consagra y hace semejantes a Nuestro Señor es la devoción a su santísima Madre. Y cuanto más te consagres a María, tanto más te unirás a Jesucristo.

Ahora bien, si los concilios, los Padres y la misma experiencia nos demuestran que el mejor remedio contra los desórdenes de los cristianos es hacerles recordar las obligaciones del Bautismo y renovar las promesas que en él hicieron, ¿no será acaso razonable hacerlo ahora de manera perfecta mediante esta devoción y consagración a Nuestro Señor por medio de su amantísima Madre?. Digo de “manera perfecta” porque para consagrarnos a Jesucristo utilizamos el más perfecto de todos los medios, que es la Santísima Virgen.

ESTA DEVOCIÓN HACE QUE IMITEMOS EL EJEMPLO DE JESUCRISTO

Este buen Maestro no desdeñó encerrarse en el seno de la Santísima Virgen como prisionero y esclavo de amor, ni de vivir sometido y obediente a Ella durante treinta años. Ante esto –lo repito– se anonada la razón humana, si reflexiona seriamente en la conducta de la Sabiduría encarnada, que no quiso –aunque hubiera podido hacerlo– entregarse directamente a los hombres, sino que prefirió comunicarse a ellos por medio de la Santísima Virgen; ni quiso venir al mundo a la edad de varón perfecto, independiente de los demás, sino como niño pequeño y débil, necesitado de los cuidados y asistencia de su santísima Madre.

Esta Sabiduría infinita, inmensamente deseosa de glorificar a Dios, su Padre, y salvar a los hombres, no encontró medio más perfecto y rápido para realizar sus anhelos que someterse en todo a la Santísima Virgen, no sólo durante los ocho, diez o quince primeros años de su vida -como los demás niños-, sino durante treinta años. Y durante este tiempo de sumisión y dependencia glorificó más al Padre que si hubiera empleado estos años en hacer milagros, predicar por toda la tierra y convertir a todos los hombres.

¡Que si no, hubiera hecho esto! ¡Oh! ¡Cuán altamente glorifica a Dios quien, a ejemplo de Jesucristo, se somete a María!

Esta práctica constituye, además, un ejercicio de profunda humildad, virtud que Dios prefiere a todas las otras. Quien se ensalza rebaja a Dios; quien se humilla lo glorifica. Dios se enfrenta a los arrogantes, pero concede gracia a los humildes (Sant 4,6). Si te humillas creyéndote indigno de presentarte y acercarte a Él, Dios se abaja y desciende para venir a ti, complacerse en ti y elevarte, aun a pesar tuyo. Pero si te acercas a Él atrevidamente, sin mediador, Él se aleja de ti y no podrás alcanzarlo.

ESTA DEVOCIÓN NOS ALCANZA LA PROTECCIÓN MATERNAL DE MARÍA

Por insignificante y pobre que sea para Jesucristo, Rey de reyes y Santo de los santos, el don que le presentas, María hace que El acepte tus buenas obras. Pero quien por su cuenta y apoyado en su propia destreza y habilidad lleva algo a Jesucristo, debe recordar que El examina el obsequio, y muchas veces lo rechaza por hallarlo manchado de egoísmo, lo mismo que en otro tiempo rechazó los sacrificios de los judíos por estar llenos de voluntad propia (ver Heb 10,5-7).

Del mismo modo, María –jamás rechazada y siempre recibida por su Hijo– hace que su Majestad acepte con agrado cuanto le ofrezcas, grande o pequeño; basta que María lo presente para que Jesús lo acepte y se complazca en el obsequio. El gran consejo que San Bernardo daba a aquellos que dirigía a la perfección era éste: “Si quieres ofrecer algo a Dios, procura presentarlo por las manos agradabilísimas y dignísimas de María, si no quieres ser rechazado”.

ESTA DEVOCIÓN CONDUCE A LA UNIÓN CON JESUCRISTO

Esta devoción es camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con Nuestro Señor, en la cual consiste la perfección cristiana.

Abridme un camino nuevo para ir a Jesucristo, embaldosado con todos los méritos de los bienaventurados, adornado con todas sus virtudes heroicas, iluminado y embellecido con todos los esplendores y bellezas de los ángeles, y en el que se presenten todos los ángeles y santos para guiar, defender y sostener a quienes quieran andar por él; afirmo abiertamente con toda verdad que, antes que tomar camino tan perfecto, prefiero seguir el camino inmaculado de María (ver Sal 18 [17],33, Vulgata), vía o camino sin mancha ni fealdad, sin pecado original ni actual, sin sombras ni tinieblas. Y si mi amable Jesús viene otra vez al mundo para reinar gloriosamente en él –como sucederá ciertamente-, no escogerá para su viaje otro camino que el de la excelsa María, por quien vino la primera vez con tanta seguridad y perfección. La diferencia entre una y otra venida es que la primera fue secreta y escondida, mientras que la segunda será gloriosa y fulgurante. Pero ambas son perfectas, porque ambas se realizan por María. ¡Ay! ¡Este es un misterio que aún no se comprende! ¡Enmudezca aquí toda lengua!.

Esta práctica que estoy enseñando no es nueva.

El cardenal San Pedro Damiano relata que en el año 1076 su hermano, el Beato Marín, se hizo esclavo de la Santísima Virgen en presencia de su director espiritual y en forma muy edificante: echóse una cuerda al cuello, tomó la disciplina y colocó en el altar una suma de dinero como señal de vasallaje y consagración a la Santísima Virgen. Actitud en la cual perseveró tan fielmente toda su vida, que a la hora de su muerte mereció ser visitado y consolado por su bondadosa Señora y escuchar de sus labios la promesa del paraíso en recompensa de sus servicios.

ESTA DEVOCIÓN NOS LLEVA A LA PLENA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS

No me detengo a probar con razones esta verdad. Me contento con referir un hecho histórico que leí en la vida de la Madre Inés de Jesús, religiosa dominica del convento de Langeac (Alvernia), donde murió en olor de santidad en 1634. Contaba apenas siete años, y ya padecía grandes congojas espirituales. Oyó entonces una voz que le dijo: “Si quieres verte libre de todas tus angustias y ser protegida contra todos tus enemigos, hazte cuanto antes esclava de Jesús y de su santísima Madre”. Al regresar a casa, se apresuró a consagrarse enteramente como esclava de Jesús y María, aunque por entonces no sabía lo que era esta devoción. Habiendo encontrado después una cadena de hierro, se la puso a la cintura y la llevo hasta la muerte. Hecho esto, cesaron todas sus congojas y escrúpulos y halló tanta paz y amplitud de corazón, que se comprometió a enseñar esta devoción a muchos otros, que, a su vez, hicieron con ella grandes progresos –recordemos, entre otros, al Sr. Olier, fundador del seminario de San Sulpicio, y a muchos sacerdotes y eclesiásticos del mismo seminario… Un día se le apareció la Santísima Virgen y le puso al cuello una cadena de oro, en prueba del gozo que le había causado al hacerse esclava suya y de su Hijo. Y santa Cecilia que acompañaba a la Santísima Virgen, le dijo: “¡Dichosos los fieles esclavos de la Reina del cielo, porque gozarán de la verdadera libertad! ¡Servirte a ti es libertad!”.

ESTA DEVOCIÓN ES UN MEDIO MARAVILLOSO DE PERSEVERANCIA

Ahora bien, por esta devoción confiamos a la Virgen fiel cuanto poseemos, constituyéndola depositaria universal de todos nuestros bienes de naturaleza y gracia. Confiamos en su fidelidad, nos apoyamos en su poder y nos fundamos en su misericordia y caridad, para que Ella conserve y aumente nuestras virtudes y méritos a pesar del demonio, el mundo y la carne, que hacen esfuerzos para arrebatárnoslos. Le decimos como el hijo a su madre y el buen esclavo a su señora: ¡Conserva el depósito! (1Tim 6,20). Madre y Señora, reconozco que por tu intercesión he recibido hasta ahora más gracias de Dios de las que yo merecía. La triste experiencia me enseña que llevo este tesoro en un vaso muy frágil y que soy muy débil y miserable para conservarlo en mí mismo: Soy pequeño y despreciable (Sal 119 [118]),141). Recibe, por favor, cuanto poseo y consérvamelo con tu fidelidad y tu poder. Si tú me guardas, no perderé nada; si me sostienes, no caeré; si me proteges, estaré seguro ante mis enemigos.

María es la Virgen fiel, que por su fidelidad a Dios repara las pérdidas que la Eva infiel causó por su infidelidad, y alcanza a quienes confían en Ella la fidelidad para con Dios y la perseverancia.

¡Dichosos quienes entran en María como en el arca de Noé!

Esta Madre bondadosa recibe siempre, por pura caridad, cuanto se le confía en depósito. Y, una vez que lo ha recibido como depositaria, se obliga en justicia –en virtud del contrato de depósito– a guardárnoslo, como una persona a quien yo hubiera confiado en depósito mil escudos quedaría obligada a guardármelos, de suerte que, si por negligencia suya, se perdieran, sería responsable de la pérdida en rigor de justicia. Pero ¿qué digo? Esta fiel Señora no dejará jamás que por negligencia suya se pierda lo que se le ha confiado; el cielo y la tierra pasarán antes que Ella sea negligente e infiel con quienes confían en Ella.

¡Almas predestinadas, sé que me han entendido! Pero quiero hablarles aún con más claridad. No confíen el oro de su caridad, la plata de su pureza, las aguas de las gracias celestiales ni los vinos de sus méritos y virtudes a un saco agujereado, a un cofre viejo y roto, a un vaso infectado y contaminado, como son ustedes mismos. Porque serán robados por los ladrones, esto es, por los demonios, que día y noche asechan y espían el momento oportuno para ello; y porque todo lo más puro que Dios les da lo corromperán con el mal olor de su egoísmo, de la confianza en ustedes mismos y de su propia voluntad.

Si algún crítico, al leer esto, piensa que hablo aquí hiperbólicamente o por devoción exagerada, no me está entendiendo. O porque es hombre carnal, que de ningún modo gusta las cosas del espíritu, o porque es del mundo -de este mundo que no puede recibir al Espíritu Santo (ver Mt 16,23; Jn 14,17), o -porque es orgulloso y crítico, que condena o desprecia todo lo que no entiende. Pero quienes nacieron no de la sangre, ni de la voluntad de la carne ni de la voluntad de varón, sino de Dios (ver Jn 1,13) y de María, me comprenden y gustan y para ellos estoy escribiendo.

Que los fieles servidores de María digan, pues, abiertamente, con San Juan Damasceno: “Si confío en ti, ¡oh Madre de Dios!, me salvaré; protegido por ti, nada temeré; con tu auxilio combatiré a mis enemigos y los pondré en fuga, porque ser devoto tuyo es un arma de salvación que Dios da a los que quiere salvar”.

CAPÍTULO III

FIGURA BÍBLICA DE LA VIDA CONSAGRADA POR MARÍA: REBECA Y JACOB

El Espíritu Santo nos ofrece en el libro del Génesis una figura admirable de todas las verdades que acabo de exponer respecto a la Santísima Virgen y a sus hijos y servidores. La hallamos en la historia de Jacob, que, por la diligencia y cuidados de su madre, Rebeca, recibió la bendición de su padre, Isaac.

Sintiéndose muy viejo y deseando bendecir a sus hijos antes de morir, llamó a Esaú, a quien amaba, y le encargó que saliera de caza a conseguir algo de comer para bendecirle luego. Rebeca comunicó al punto a Jacob lo que sucedía y le mandó traer dos cabritos del rebaño. Cuando los trajo y entregó a su madre, ella los preparó al gusto de Isaac –que bien conocía–, vistió a Jacob con los vestidos de Esaú, que ella guardaba, y le cubrió las manos y el cuello con la piel de los cabritos, a fin de que su padre, que estaba ciego, al oír la voz de Jacob, creyese –al menos por el vello de sus manos– que era Esaú. Sorprendido, en efecto, Isaac por el timbre de aquella voz, que parecía ser de Jacob, le mandó acercarse y palpando el pelo de las pieles que le cubrían las manos, dijo que verdaderamente la voz era de Jacob, pero las manos eran las de Esaú. Después que comió y al besar a Jacob, sintió la fragancia de sus vestidos, le bendijo y deseó el rocío del cielo y la fecundidad de la tierra, le hizo señor de todos sus hermanos, y finalizó su bendición con estas palabras: Maldito quien te maldiga y bendito quien te bendiga (Gén 27,29).

Apenas había Isaac concluido estas palabras, he aquí que entra Esaú, trayendo para comer de lo que había cazado, a fin de recibir luego la bendición de su padre. El santo patriarca se sorprendió, con increíble asombro, al darse cuenta de lo ocurrido. Pero, lejos de retractar lo que había hecho, lo confirmó. Porque veía claramente el dedo de Dios en este suceso.

Esaú entonces lanzó bramidos -anota la Sagrada Escritura-, acusando a gritos de engañador a su hermano, y preguntó a su padre si no tenía más que una bendición. (En todo esto –como advierten los Santos Padres– fue figura de aquellos que, hallando cómodo juntar a Dios con el mundo, quieren gozar, a la vez, de los consuelos del cielo y los deleites de la tierra). Isaac, conmovido por los lamentos de Esaú, lo bendijo por fin, pero con una bendición de la tierra, sometiéndole a su hermano. Lo que le hizo concebir un odio tan irreconciliable contra Jacob, que no esperaba sino la muerte de su padre para matar al hermano. Y éste no hubiera podido escapar a la muerte si Rebeca, su querida madre, no lo hubiese salvado con su solicitud y con los buenos consejos que le dio y que él siguió.

EXPLICACION

Esaú, figura de los réprobos

Antes de explicar esta bellísima historia es preciso advertir que, según los Santos Padres y los exégetas, Jacob es figura de Cristo y de los predestinados, mientras que Esaú lo es de los réprobos. Para pensar que es así, basta examinar las acciones y conducta de uno y otro.

1o Esaú, el primogénito, era fuerte y de constitución robusta, gran cazador, diestro y hábil en manejar el arco y traer caza abundante.
2o Casi nunca estaba en casa, y, confiando sólo en su fuerza y destreza, trabajaba siempre fuera de ella.
3o No se preocupaba mucho por agradar a su madre Rebeca y no hacía nada para ello.
4o Era tan glotón y esclavo de la gula, que vendió su derecho de primogenitura por un plato de lentejas.
5o Como otro Caín (Gén 4,8), estaba lleno de envidia contra su hermano, Jacob, a quien perseguía de muerte.

Esta es precisamente la conducta que observan los réprobos:
1) Confían en su fuerza y habilidad para los negocios temporales. Son muy fuertes, hábiles e ingeniosos para las cosas terrestres, pero muy flojos e ignorantes para las del cielo.
2) Por ello, no permanecen nunca, o casi nunca, en su propia casa, es decir, dentro de sí mismos (Mt 6,6) -que es la morada interior y fundamental que Dios ha dado a cada hombre, para residir allí, a ejemplo suyo, porque Dios vive siempre en sí mismo-. Los réprobos no aprecian el retiro ni las cosas espirituales ni la devoción interior.
3) Los réprobos apenas si se interesan por la devoción a la Santísima Virgen, Madre de los predestinados. Es verdad que no la aborrecen formalmente, algunas veces le tributan alabanzas, dicen que la aman y hasta practican algunas devociones en su honor. Pero, por lo demás, no toleran que se la ame tiernamente, porque no tienen para con Ella las ternuras de Jacob. Censuran las prácticas de devoción, a las cuales los buenos hijos y servidores de María permanecen fieles para ganarse el afecto de Ella. No creen que esta devoción les sea necesaria para salvarse. Pretenden que, con tal de no odiar formalmente a la Santísima Virgen ni despreciar abiertamente su devoción, merecen la protección de la Virgen María, cuyos servidores son porque rezan y dicen entre dientes algunas oraciones en su honor, pero carecen de ternura para con Ella y evitan comprometerse en una conversión personal.
4) Los réprobos venden su derecho de primogenitura, es decir, los goces del cielo, por un plato de lentejas, es decir, por los placeres de la tierra. Ríen, beben, comen, se divierten, juegan, bailan, etc., sin preocuparse -como Esaú- por hacerse dignos de la bendición del Padre celestial. En pocas palabras: sólo piensan en la tierra, sólo aman las cosas de la tierra, sólo hablan y tratan de las cosas de la tierra y de sus placeres, vendiendo por un momento de placer, por un humo vano de honra y un pedazo de tierra dura, amarilla o blanca, la gracia bautismal, su vestido de inocencia, su herencia celestial.
5) Por último, los réprobos odian y persiguen sin tregua a los predestinados, abierta o solapadamente. No pueden soportarlos: los desprecian, los critican, los contradicen, los injurian, los roban, los engañan, los empobrecen, los marginan, los rebajan hasta el polvo, mientras que ellos ensanchan su fortuna, se entregan a los placeres, viven regaladamente, se enriquecen y viven a sus anchas.

Jacob, figura de los predestinados

Jacob, el hijo menor, era de constitución débil; era suave y tranquilo. Permanecía generalmente en casa, para granjearse los favores de Rebeca, su madre, a quien amaba tiernamente. Si alguna vez salía de casa, no lo hacía por capricho ni confiado en su habilidad, sino por obedecer a su madre.

Evitaba cuanto pudiera desagradarle y hacía cuanto creía que le complacería. Todo lo cual aumentaba en Rebeca el amor que ella le profesaba.

Creía cuanto Rebeca le decía, sin discutir; por ejemplo, cuando le mandó que saliera a buscar dos cabritos y se los trajera para aderezar la comida a su padre, Isaac, Jacob no replicó que para preparar una sola comida para una persona bastaba con un cabrito, sino que sin replicar hizo cuanto ella le ordenó.

Tenía gran confianza en su querida madre, y como no confiaba en su propio valer, se apoyaba solamente en la solicitud y cuidados de su madre. Imploraba su ayuda en todas las necesidades y la consultaba en todas las dudas, por ejemplo, cuando le preguntó, si, en vez de la bendición, recibiría, más bien, la maldición de su padre, creyó en ella, y a ella se confió tan pronto Rebeca le contestó que ella tomaría sobre sí esa maldición.

Finalmente, imitaba -según sus capacidades- las virtudes de su madre. Y parece que una de las razones de que permaneciera sedentario en casa era el imitar a su querida y muy virtuosa madre, y el alejarse de las malas compañías, que corrompen las costumbres. En esta forma, se hizo digno de recibir la doble bendición de su querido padre.

Comportamiento de los predestinados y de los réprobos

Este es el comportamiento habitual de los predestinados: Permanecen asiduamente en casa con su madre, es decir, aman el retiro, gustan de la vida interior, se aplican a la oración, a ejemplo y en compañía de su Madre, la Santísima Virgen, cuya gloria está en el interior. Ciertamente, de vez en cuando aparecen en público, pero por obediencia a la voluntad de Dios y a la de su querida Madre y a fin de cumplir con los deberes de su estado. Y aunque en el exterior realicen aparentemente cosas grandes, estiman mucho más las que adelantan en el interior de sí mismos en compañía de la Santísima Virgen. En efecto, allí van realizando la obra importantísima de su perfección, en comparación de la cual las demás obras no son sino juego de niños.

Los predestinados aman con filial afecto y honran efectivamente a la Santísima Virgen como a su cariñosa Madre y Señora. Le llevan y entregan no ya dos cabritos, como Jacob a Rebeca, sino lo que representaban los dos cabritos de Jacob, es decir, su cuerpo y su alma, con todo cuanto de ellos depende, para que Ella: 1) los reciba como cosa suya; 2) los mate y haga morir al pecado y a sí mismos, desollándolos y despojándolos de su propia piel y egoísmo, para agradar por este medio a su Hijo Jesús, que no acepta por amigos y discípulos sino a los que están muertos a sí mismos; 3) los aderece al gusto del Padre celestial y a su mayor gloria, que Ella conoce mejor que nadie; 4) con sus cuidados e intercesión disponga este cuerpo y esta alma, bien purificados de toda mancha, bien muertos, desollados y aderezados, como manjar delicado, digno de la boca y bendición del Padre celestial.

Estos viven sumisos y obedientes a la Santísima Virgen como a su cariñosa Madre, a ejemplo de Jesucristo, quien de treinta y tres años que vivió sobre la tierra, empleó treinta en glorificar a Dios, su Padre, mediante una perfecta y total sumisión a su santísima Madre. La obedecen, siguiendo exactamente sus consejos, como el humilde Jacob los de Rebeca cuando le dijo: Escucha lo que te digo (Gén 27,8), o como la Santísima Virgen: Hagan lo que El les diga (Jn 2,5).

Los predestinados tienen gran confianza en la bondad y poder de María, su bondadosa Madre. Reclaman sin cesar su socorro. La miran como su estrella polar, para llegar a buen puerto. Le manifiestan sus penas y necesidades con toda la sinceridad del corazón.

Los réprobos, por el contrario, ponen toda su confianza en sí mismos. Al igual que el hijo pródigo, se alimentan solamente de lo que comen los cerdos, se nutren solamente de tierra, a semejanza de los sapos, y, a la par que los mundanos, sólo aman las cosas visibles y exteriores. No pueden gustar del seno de María ni experimentar el apoyo y la confianza que sienten los predestinados en la Santísima Virgen, su bondadosa Madre.

Solicitud de María para con sus fieles servidores

Veamos ahora los amables cuidados que la Santísima Virgen, como la mejor de todas las madres, prodiga a los fieles servidores que se han consagrado a Ella de la manera que acabo de indicar y conforme al ejemplo de Jacob.

María los ama.

Yo amo a los que me aman (Prov 8,17). 1) Los ama, porque es su Madre verdadera, y una madre ama siempre a su hijo, fruto de sus entrañas. 2) Los ama, en respuesta al amor efectivo que ellos le profesan como a su cariñosa Madre. 3) Los ama, porque -como predestinados que son- también los ama Dios: Quise a Jacob más que a Esaú (Rom 9,13). 4) Los ama, porque se han consagrado totalmente a Ella, y son, por tanto, su posesión y herencia: Sea Israel tu heredad (BenS 24,13).

Los ama no sólo con afecto, sino con eficacia. Con amor afectivo y efectivo, como el de Rebeca para con Jacob y aún mucho más.

Veamos lo que esta bondadosa Madre -de quien Rebeca no fue más que una figura- hace a fin de obtener para sus hijos la bendición del Padre celestial:

Espía, como Rebeca, las oportunidades para hacerles el bien, para engrandecerlos y enriquecerlos. Dado que ve claramente en la luz de Dios todos los bienes y males, la fortuna próspera o adversa, las bendiciones y maldiciones divinas, dispone de lejos las cosas para liberar a sus servidores de toda clase de males y colmarlos de toda suerte de bienes; de modo que, si se tiene que realizar ante Dios alguna empresa por la fidelidad de una creatura a un cargo importante, es seguro que María procurará que esta empresa se encomiende a alguno de sus queridos hijos y servidores y le dará la gracia necesaria para llevarla a feliz término. “Ella gestiona nuestros asuntos”, dice un santo.

Ella, finalmente, les obtiene la bendición del Padre celestial, por más que, no siendo ellos sino hijos menores y adoptivos, no deberían, naturalmente, tenerla. Con estos vestidos nuevos, de alto precio y agradabilísimo olor, y con cuerpo y alma bien preparados, se acercan confiados al lecho del Padre celestial. Él oye y distingue su voz, que es la del pecador; toca sus manos, cubiertas de pieles; percibe el perfume de sus vestidos; come con regocijo de lo que María, Madre de ellos, le ha preparado, y reconociendo en ellos los méritos y el buen olor de Jesucristo y de su santísima Madre:

1. les da su doble bendición: bendición del rocío del cielo (Gén 27,28), es decir, de la gracia divina, que es semilla de gloria: Nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales (Ef 1,3); y bendición de la fertilidad de la tierra (Gén 27,28), es decir, que este buen Padre les da el pan de cada día y suficiente cantidad de bienes de este mundo;
2. les constituye señores de sus otros hermanos, los réprobos. Lo cual no quiere decir que esta primacía sea siempre evidente en este mundo –que pasa en un instante (ver 1Cor 7,29-31) y al que frecuentemente dominan los réprobos: Todos esos malhechores son insolentes y altaneros; ¡son unos fanfarrones! (Sal 94 [93],3-4). Vi a un malvado que se jactaba, que prosperaba como cedro frondoso (Sal 36 [35],35)–, pero que es real, y aparecerá cuando los justos –como dice el Espíritu Santo– gobernarán naciones, someterán pueblos (Sab 3,8);
3. el Señor, no contento con bendecirlos en sus personas y bienes, bendice también a cuantos los bendigan y maldice a cuantos los maldigan y persigan.

CAPÍTULO IV

EFECTOS MARAVILLOSOS DE LA CONSAGRACIÓN TOTAL EN QUIEN LE ES FIEL

Persuádete, hermano carísimo, de que, si eres fiel a las prácticas interiores y exteriores de esta devoción, las cuales voy a indicar más adelante, participarás de los frutos maravillosos que produce en el alma fiel.

TRANSFORMACIÓN EN MARÍA A IMAGEN DE JESUCRISTO

Escucha bien lo que te digo: los santos son moldeados en María. Existe gran diferencia entre hacer una figura de bulto a golpes de martillo y cincel y sacar una estatua vaciándola en un molde. Los escultores y estatuarios trabajan mucho del primer modo para hacer una estatua y gastan en ello mucho tiempo. Mas para hacerla de la segunda manera trabajan poco y emplean poco tiempo.

San Agustín llama a la Santísima Virgen molde de Dios (Ver SM 16): el molde propio para formar y moldear dioses. Quien sea vertido en este molde divino, quedará muy pronto formado y moldeado en Jesucristo, y Jesucristo en él; con pocos gastos y en corto tiempo, se convertirá en Dios, porque ha sido arrojado en el mismo molde que ha formado un Dios.

Paréceme que los directores y devotos que quieren formar a Jesucristo en sí mismos o en los demás por prácticas diferentes a ésta pueden muy bien compararse a los escultores, que, confiados en su habilidad, destreza y arte, descargan infinidad de golpes de martillo y cincel sobre una piedra dura o un trozo de madera tosca para sacar de ellos una imagen de Jesucristo. Algunas veces no aciertan a reproducir a Jesucristo a la perfección, ya por falta de conocimiento y experiencia de la persona de Jesucristo, ya a causa de algún golpe mal dado que echa a perder toda la obra.

Pero a quienes abrazan este secreto de la gracia que les estoy presentando, los puedo comparar, con razón, a los fundidores y moldeadores que, habiendo encontrado el hermoso molde de María - en donde Jesucristo ha sido perfecta y divinamente formado-, sin fiarse de su propia habilidad, sino únicamente de la excelencia del molde, se arrojan y pierden en María para convertirse en el retrato perfecto de Jesucristo.

¡Hermosa imagen y verdadera comparación! Pero acuérdate que no se echa en el molde sino lo que está fundido y líquido; es decir, que es necesario destruir y fundir en ti al viejo Adán para transformarte en el nuevo en María.

LA MAYOR GLORIA DE JESUCRISTO

Si ejecutas todas tus acciones por medio de la Santísima Virgen –como enseña esta práctica–, abandonas tus propias intenciones y actuaciones, aunque buenas y conocidas, para perderte –por decirlo así– en las de la Santísima Virgen, aunque te sean desconocidas. De este modo entras a participar en la sublimidad de sus intenciones, siempre tan puras que por la menor de sus acciones –por ejemplo, hilando en la rueca o dando una puntada con la aguja– glorificó a Dios más que San Lorenzo sobre las parrillas con su cruel martirio, y aún más que todos los santos con las acciones más heroicas. Esta es la razón de que, durante su permanencia en la tierra, la Santísima Virgen haya adquirido un cúmulo tan inefable de gracias y méritos, que antes se contarían las estrellas del firmamento, las gotas de agua de los océanos y los granitos de arena de sus orillas que los méritos y gracias de María, y que ha dado mayor gloria a Dios de cuanta le han dado todos los ángeles y santos. ¡Qué prodigio eres, oh María! ¡Sólo tú sabes realizar prodigios de gracia en quienes desean realmente perderse en ti!

Quien se consagra a María por esta práctica, como quiera que no estima en nada cuanto piensa o hace por sí mismo ni se apoya ni complace sino en las disposiciones de María para acercarse a Jesucristo y dialogar con El, ejercita la humildad mucho más que quienes obran por sí solos. Estos, aun inconscientemente, se apoyan y complacen en sus propias disposiciones. De donde se sigue que el que se consagra en totalidad a María glorifica de modo más perfecto a Dios, quien nunca es tan altamente glorificado como cuando lo es por los sencillos y humildes de corazón.

La Santísima Virgen –a causa del gran amor que nos tiene– acepta recibir en sus manos virginales el obsequio de nuestras acciones, comunica a éstas una hermosura y esplendor admirables y las ofrece por sí misma a Jesucristo. Es, por lo demás, evidente que Nuestro Señor es más glorificado con esto que si las ofreciéramos directamente con nuestras manos pecadoras.

Por último, siempre que piensas en María, Ella piensa por ti en Dios. Siempre que alabas y honras a María, Ella alaba y honra a Dios. Y yo me atrevo a llamarla “la relación de Dios”, pues sólo existe con relación a El; o “el eco de Dios”, ya que no dice ni repite sino Dios. Si tú dices María, Ella dice Dios. Cuando Santa Isabel alabó a María y la llamó bienaventurada por haber creído, Ella -el eco fiel de Dios- exclamó: Proclama mi alma la grandeza del Señor (Lc 1,46). Lo que en esta ocasión hizo María, lo sigue realizando todos los días; cuando la alabamos, amamos, honramos o nos consagramos a Ella, alabamos, amamos, honramos y nos consagramos a Dios por María y en María.

CAPÍTULO V

PRÁCTICAS PARTICULARES DE ESTA DEVOCIÓN

PRÁCTICAS EXTERIORES

Aunque lo esencial de esta devoción consiste en lo interior, no por eso carece de prácticas exteriores, que no conviene descuidar: ¡Esto había que practicar y aquello no dejarlo! (Mt 23,23). Ya porque las prácticas exteriores, debidamente ejercitadas, ayudan a las interiores, ya porque recuerdan al hombre –acostumbrado a guiarse por los sentidos– lo que ha hecho o debe hacer, ya porque son a propósito para edificar al prójimo que las ve, cosa que no hacen las prácticas interiores.

Por tanto, que ningún mundano ni crítico autosuficiente nos venga a decir que la verdadera devoción está en el corazón, que hay que evitar las exterioridades, ya que pueden ocultar la vanidad; que no hay que hacer alarde de la propia devoción, etc. Yo les respondo con mi Maestro: Alumbre también la luz de ustedes a los hombres: que vean el bien que hacen y glorifiquen al Padre del cielo (Mt 5,16). Lo cual no significa –como advierte San Gregorio– que debemos realizar nuestras buenas acciones y devociones exteriores para agradar a los hombres y ganarnos sus alabanzas –esto sería vanidad–, sino que, a veces, las realicemos delante de los hombres con el fin de agradar a Dios y glorificarle, sin preocuparnos por los desprecios o las alabanzas de las creaturas.

Voy a proponer, en resumen, algunas prácticas exteriores, llamadas así no porque se hagan sin devoción interior, sino porque tienen algo externo que las distingue de las actitudes puramente interiores.

Preparar y hacer la consagración

Primera práctica. Quienes deseen abrazar esta devoción particular –no erigida aún en cofradía, aunque sería mucho de desear que lo fuera– dedicarán –como he dicho en la primera parte de esta preparación al reinado de Jesucristo– doce días, por lo menos, a vaciarse del espíritu del mundo, contrario al de Jesucristo, y tres semanas en llenarse de Jesucristo por medio de la Santísima Virgen. Para ello podrán seguir este orden:

Durante la primera semana dedicarán todas sus oraciones y actos de piedad a pedir el conocimiento de sí mismos y la contrición de sus pecados, haciéndolo todo por espíritu de humildad. Podrán meditar, si quieren, lo dicho antes sobre nuestras malas inclinaciones, y no considerarse durante los seis días de esta semana más que como caracoles, babosas, sapos, cerdos, serpientes, cabros; o meditar estos tres pensamientos de San Bernardo: “Piensa en lo que fuiste: un poco de barro; en lo que eres: un poco de estiércol; en lo que serás: pasto de gusano”. Rogarán a Nuestro Señor y al Espíritu Santo que los ilumine, diciendo: ¡Señor, que vea! (Lc 18,41); o: “¡Que yo te conozca!”; o también: ¡Ven, Espíritu Santo! Y dirán todos los días las letanías del Espíritu Santo y la oración señalada en la primera parte de esta obra. Recurrirán a la Santísima Virgen pidiéndole esta gracia, que debe ser el fundamento de las otras, y para ello dirán todos los días el himno Salve, Estrella del mar y las letanías de la Santísima Virgen.

Durante la segunda semana se dedicarán en todas sus oraciones y obras del día a conocer a la Santísima Virgen, pidiendo este conocimiento al Espíritu Santo. Podrán leer y meditar lo que al respecto hemos dicho. Y rezarán con esta intención, como en la primera semana, las letanías del Espíritu Santo y el himno Salve, Estrella del mar y, además, el rosario o la tercera parte de él.

Dedicarán la tercera semana a conocer a Jesucristo. Para ello podrán leer y meditar lo que arriba hemos dicho y rezar la oración de San Agustín que se lee hacia el comienzo de la segunda parte(**). Podrán repetir una y mil veces cada día con el mismo santo: “¡Que yo te conozca, Señor!”, o bien: “¡Señor, sepa yo quién eres tú!” Rezarán, como en las semanas anteriores, las letanías del Espíritu Santo y el himno Salve, Estrella del mar, y añadirán todos los días las letanías del santo Nombre de Jesús.

(**)Tú eres, ¡oh Cristo!,
mi Padre santo, mi Dios misericordioso,
mi rey poderoso, mi buen pastor,
mi único maestro, mi mejor ayuda,
mi amado hermosísimo, mi pan vivo,
mi sacerdote por la eternidad,
mi guía hacia la patria,
mi luz verdadera, mi dulzura santa,
mi camino recto, mi Sabiduría preclara,
mi humilde simplicidad, mi concordia pacífica,
mi protección total, mi rica heredad,
mi salvación eterna...
¡Cristo Jesús, Señor amabilísimo!
¿Por qué habré deseado durante la vida
algo fuera de ti, mi Jesús y mi Dios?
¿Dónde me hallaba cuando no pensaba en ti?
Anhelos todos de mi corazón,
inflámense y desbórdense desde ahora
hacia el Señor Jesús;
corran que mucho se han retrasado;
apresúrense hacia la meta,
busquen al que buscan.
¡Oh Jesús! ¡Anatema el que no te ama!
¡Rebose de amargura quien no te quiera!
¡Dulce Jesús!
¡Que todo buen corazón dispuesto a la alabanza
te ame, se deleite en ti,
se admire ante ti!
¡Dios de mi corazón!
¡Herencia mía, Cristo Jesús!
Vive, Señor, en mi;
enciéndase en mi pecho
la viva llama de tu amor,
acrézcase en incendio;
arda siempre en el altar de mi corazón,
queme en mis entrañas,
incendie lo íntimo de mi alma,
y que en el día de mi muerte
comparezca yo del todo perfecto en tu presencia.
Amén.

Al concluir las tres semanas se confesarán y comulgarán con la intención de entregarse a Jesucristo, en calidad de esclavos de amor, por las manos de María. Y después de la comunión –que procurarán hacer según el método que expondré más tarde– recitarán la fórmula de consagración, que también hallarán más adelante. Es conveniente que la escriban o hagan escribir, si no está impresa, y la firmen ese mismo día.

Conviene también que paguen en ese día algún tributo a Jesucristo y a su santísima Madre, ya como penitencia por su infidelidad al compromiso bautismal, ya para patentizar su total dependencia de Jesús y de María. Este tributo, naturalmente, dependerá de la devoción y capacidad de cada uno, como –por ejemplo– un ayuno, una mortificación, una limosna o un cirio. Pues, aun cuando sólo dieran, en homenaje, un alfiler, con tal que lo den de todo corazón, sería bastante para Jesús, que sólo atiende a la buena voluntad.

Al menos en cada aniversario, renovarán dicha consagración, observando las mismas prácticas durante tres semanas. Todos los meses y aun todos los días pueden renovar su entrega con estas pocas palabras: “Soy todo tuyo y cuanto tengo es tuyo, ¡oh mi amable Jesús!, por María, tu Madre santísima”.

Rezo de la coronilla

Segunda práctica. Rezarán todos los días de su vida -aunque sin considerarlo como obligación- la Coronilla de la Santísima Virgen, compuesta de tres padrenuestros y doce avemarías, para honrar los doce privilegios y grandezas de la Santísima Virgen. Esta práctica es muy antigua y tiene su fundamento en la Sagrada Escritura. San Juan vio una mujer coronada de doce estrellas, vestida del sol y con la luna bajo sus pies (ver Ap 12,1). Esta mujer –según los intérpretes– es María.

Sería prolijo enumerar las muchas maneras que hay de rezarla bien. El Espíritu Santo se las enseñará a quienes sean más fieles a esta devoción. Para recitarla con mayor sencillez será conveniente empezar así: “Dígnate aceptar mis alabanzas, Virgen Santísima. Dame fuerzas contra tus enemigos”. En seguida rezarás el Credo, un padrenuestro, cuatro avemarías y un gloria; todo ello tres veces. Al fin dirás: Bajo tu amparo...

Llevar cadenillas de hierro

Tercera práctica. Es muy laudable, glorioso y útil para quienes se consagran como esclavos de Jesús en María llevar, como señal de su esclavitud de amor, alguna cadenilla de hierro bendecida con una fórmula propia que se ofrece más adelante. Estas señales exteriores no son, en verdad, esenciales, y bien pueden suprimirse aun después de haber abrazado esta devoción. Sin embargo, no puedo menos de alabar en gran manera a quienes, una vez sacudidas las cadenas vergonzosas de la esclavitud del demonio –con que el pecado original y tal vez los pecados actuales los tenían atados–, se han sometido voluntariamente a la esclavitud de Jesucristo y se glorían, con San Pablo, de estar encadenados, por Jesucristo (ver Ef 3,1 y Flm 1.9), con cadenas mil veces más gloriosas y preciosas -aunque sean de hierro y sin brillo- que todos los collares de oro de los emperadores.

Celebración del misterio de la Encarnación

Cuarta práctica. Profesarán singular devoción al gran misterio de la encarnación del Verbo, el 25 de marzo. Este es, en efecto, el misterio propio de esta devoción, puesto que ha sido inspirada por el Espíritu Santo: 1o para honrar e imitar la dependencia inefable que Dios Hijo quiso tener respecto a María para gloria del Padre y para nuestra salvación. Dependencia que se manifiesta de modo especial en este misterio, en el que Jesucristo se halla prisionero y esclavo en el seno de la excelsa María, en donde depende de Ella en todo y para todo; 2o para agradecer a Dios las gracias incomparables que otorgó a María, y especialmente el haberla escogido por su dignísima Madre; elección realizada precisamente en este misterio. Estos son los fines principales de la esclavitud de Jesús en María.

Observa que digo ordinariamente: el esclavo de Jesús en María, la esclavitud de Jesús en María. En verdad, se puede decir, como muchos lo han hecho hasta ahora: el esclavo de María, la esclavitud de la Santísima Virgen. Pero creo que es preferible decir: el esclavo de Jesús en María, como lo aconsejó el Sr. Tronsón, superior general del seminario de San Sulpicio, renombrado por su rara prudencia y su consumada piedad, a un clérigo que le consultó sobre este particular.

Recitación del Avemaría y del Rosario

Quinta práctica. Tendrán gran devoción a la recitación del avemaría o salutación angélica, cuyo valor, mérito, excelencia y necesidad apenas conocen los cristianos, aun los más instruidos. Ha sido necesario que la Santísima Virgen se haya aparecido muchas veces a grandes y muy esclarecidos santos –como Santo Domingo, San Juan de Capistrano o el Beato Alano de la Rupe– para manifestarles por si misma el valor del avemaría. Ellos escribieron libros enteros sobre las maravillas y eficacia de esta oración para convertir las almas. Proclamaron a voces y predicaron públicamente que, habiendo comenzado la salvación del mundo por el avemaría, a esta oración está vinculada también la salvación de cada uno en particular; que esta oración hizo que la tierra seca y estéril produjese el fruto de la vida, y que, por tanto, esta oración, bien rezada, hará germinar en nuestras almas la Palabra de Dios y producir el fruto de vida, Jesucristo; que el avemaría es un rocío celestial que riega la tierra, es decir, el alma, para hacerle producir fruto en tiempo oportuno, y que un alma que no es regada por esta oración celestial no produce fruto, sino malezas y espinas y está muy cerca de recibir la maldición.

Los herejes aprenden a rezar el padrenuestro, pero no el avemaría ni el rosario. A éste lo consideran con horror. Antes llevarían consigo una serpiente que una camándula. Asimismo, los orgullosos, aunque católicos, teniendo como tienen las mismas inclinaciones que su padre, Lucifer, desprecian o miran con indiferencia el avemaría y consideran el rosario como devoción de mujercillas, sólo buena para ignorantes y analfabetos. Por el contrario, la experiencia enseña que quienes manifiestan grandes señales de predestinación estiman y rezan con gusto y placer el avemaría, y cuanto más unidos viven a Dios, más aprecian esta oración.

Recuerden, almas predestinadas, esclavas de Jesús en María, que el avemaría es la más hermosa de todas las oraciones después del padrenuestro. El avemaría es el más perfecto cumplido que pueden dirigir a María. Es, en efecto, el saludo que el Altísimo le envió, por medio de un arcángel, para conquistar su corazón, y fue tan poderoso –dados sus secretos encantos– sobre el corazón de María, que, no obstante su profunda humildad, Ella dio su consentimiento a la encarnación del Verbo. Con este saludo debidamente recitado, también ustedes conquistarán infaliblemente su corazón.

Recitación del “Magnificat”

Sexta práctica. Recitarán frecuentemente el Magnificat -a ejemplo de la Beata María d’Oignies y de muchos otros santos- para agradecer a Dios las gracias que otorgó a la Santísima Virgen. El Magnificat es el único cántico compuesto por la Santísima Virgen, o mejor, en Ella por Jesucristo, que hablaba por boca de María. Es el mayor sacrificio de alabanza que Dios ha recibido en la ley de la gracia. Es el más humilde y reconocido; a la vez, el más sublime y elevado de todos los cánticos. En él hay misterios tan grandes y ocultos, que los ángeles los ignoran.

Menosprecio del mundo

Séptima práctica. Los fieles servidores de María deben poner gran empeño en menospreciar, aborrecer y huir de la corrupción del mundo y servirse de las prácticas de menosprecio de lo mundano que hemos indicado en la primera parte.





CONSAGRACION DE SI MISMO A JESUCRISTO, LA SABIDURIA ENCARNADA, POR LAS MANOS DE MARIA

¡Oh Sabiduría eterna y encarnada! ¡Oh muy amado y adorable Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Hijo único del Padre eterno y de María siempre Virgen! Os adoro profundamente en el seno y en los esplendores del vuestro Padre, durante la eternidad, y en el seno virginal de María en el tiempo de vuestra encarnación.

Os doy gracias porque os habéis anonadado tomando la forma de esclavo para sacarme de la cruel esclavitud del demonio; os alabo y glorifico, porque os dignasteis someteros a María, vuestra santa Madre, en todas las cosas, a fin de hacerme por Ella vuestro fiel esclavo.

Mas, ¡ay!, que ingrato e infiel como soy, no os he cumplido los votos y las promesas que tan solemnemente os hice en mi bautismo; no merezco ser llamado vuestro hijo ni vuestro esclavo; y como nada hay en mí que no merezca vuestra repulsa y vuestra cólera, no me atrevo a acercarme por mí mismo a vuestra santa y augusta Majestad.

Por eso he recurrido a la intercesión y a la misericordia de vuestra Santísima Madre, que Vos me habéis dado de medianera para con Vos; y por este medio espero obtener de Vos la contrición y el perdón de mis pecados, la adquisición y la conservación de la Sabiduría.

Os saludo, pues, ¡oh María Inmaculada!, tabernáculo viviente de la divinidad, donde la Sabiduría eterna escondida quiere ser adorada de los ángeles y de los hombres.

Os saludo, ¡oh Reina del cielo y de la tierra!, a cuyo imperio está todo sometido, todo lo que está debajo de Dios.

Os saludo, ¡oh refugio seguro de pecadores, cuya misericordia no faltó a nadie! Escuchad los deseos que tengo de la divina Sabiduría, y recibid para ello los votos y las ofrendas que mi bajeza os presenta:

Yo, N***, pecador infiel, renuevo y ratifico hoy en vuestras manos los votos de mi bautismo; renuncio para siempre a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y me entrego todo entero a Jesucristo, la Sabiduría encarnada, para llevar mi cruz en pos de Él todos los días de mi vida, y a fin de serle más fiel de lo que he sido hasta ahora. Os escojo hoy, ¿oh María!, en presencia de toda la corte celestial por mi Madre y Señora. Os entrego y consagro, en calidad de esclavo, mi cuerpo y mi alma, mi bienes interiores y exteriores y aun el valor de mis buenas acciones pasadas, presentes y futuras, dejándoos entero y pleno derecho de disponer de mí de todo lo que me pertenece, sin excepción, a vuestro beneplácito, a mayor gloria de Dios en el tiempo y en la eternidad.

Recibid, ¡oh Virgen benigna!, esta pobre ofrenda de mi esclavitud en honor y unión de la sumisión que la Sabiduría eterna se dignó tener a vuestra maternidad; en homenaje al poder que ambos tenéis sobre este insignificante gusanillo y miserable pecador, y en acción de gracias por los privilegios con que la Santísima Trinidad os ha favorecido.

Protesto que en adelante quiero, como verdadero esclavo vuestro, buscar vuestro honor y obedeceros en todas las cosas.

¡Oh Madre admirable!, presentadme a vuestro querido Hijo en calidad de esclavo eterno, a fin de que habiéndome rescatado por Vos, me reciba por Vos.

¡Oh Madre de misericordia!, hacedme la gracia de obtener la verdadera sabiduría de Dios, y de ponerme para ello en el número de los que Vos amáis, de los que enseñáis, guiáis, alimentáis y protegéis como a vuestros hijos y esclavos.

¡Oh Virgen fiel!, hacedme en todas las cosas tan perfecto discípulo, imitador y esclavo de la Sabiduría encarnada Jesucristo, vuestro Hijo, que por vuestra intercesión y a vuestro ejemplo, llegue yo a la plenitud de sus edad sobre la tierra y de su gloria en los cielos. Así sea.



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