sábado, 25 de agosto de 2018

El Espíritu Santo en la vida de la Iglesia


Hechos 19, 1-7: "Pablo atravesando la región interior, llegó a Efeso. Allí encontró a algunos discípulos y les preguntó: «Cuando ustedes abrazaron la fe, ¿recibieron el Espíritu Santo?». Ellos le dijeron: «Ni siquiera hemos oído decir que hay un Espíritu Santo». «Entonces, ¿qué bautismo recibieron?», les preguntó Pablo. «El de Juan», respondieron. Pablo les dijo: «Juan bautizaba con el bautismo de penitencia, diciendo al pueblo que creyera en el que vendría después de él, es decir, en Jesús». Al oír estas palabras, ellos se hicieron bautizar en el nombre del Señor Jesús. Pablo les impuso las manos, y descendió sobre ellos el Espíritu Santo. Entonces comenzaron a hablar en distintas lenguas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres.

Hechos 1, 8: "Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra".


¿Quién es el Espíritu Santo?

El Espíritu Santo es una de las tres personas de la Santísima Trinidad. Es Dios con el Padre y el Hijo y con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, como señala desde antiguo el Símbolo Niceno-Constantinopolitano. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su Aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela. (Catecismo de la Iglesia Católica 687-689)

El corazón necesita, entonces, distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. De algún modo, es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y se somete fácilmente a la actividad del Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones y las virtudes sobrenaturales! (Amigos de Dios, 306)

Los discípulos, que ya eran testigos de la gloria del Resucitado, experimentaron en sí la fuerza del Espíritu Santo: sus inteligencias y sus corazones se abrieron a una luz nueva. Habían seguido a Cristo y acogido con fe sus enseñanzas, pero no acertaban siempre a penetrar del todo su sentido: era necesario que llegara el Espíritu de verdad, que les hiciera comprender todas las cosas. Sabían que sólo en Jesús podían encontrar palabras de vida eterna, y estaban dispuestos a seguirle y a dar la vida por El, pero eran débiles y, cuando llegó la hora de la prueba, huyeron, lo dejaron solo. El día de Pentecostés todo eso ha pasado: el Espíritu Santo, que es espíritu de fortaleza, los ha hecho firmes, seguros, audaces. La palabra de los Apóstoles resuena recia y vibrante por las calles y plazas de Jerusalén. (Es Cristo que pasa, 127)

¿Cómo actúa el Espíritu Santo en la vida del cristiano?

"Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu Santo", dice san Pablo en la Epístola a los Corintios. Y en la Epístola a los Gálatas: "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!". El conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, con la Trinidad Beatísima viene a inhabitar en el alma por el sacramento del Baustimo. El Espíritu Santo con su gracia es el "primero" que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que supone conocer al único Dios verdadero, y a su enviado, Jesucristo. (Catecismo de la Iglesia Católica 737-742)

¿Cuáles son los dones del Espíritu Santo?

Los dones del Espíritu Santo infundidos en el alma del cristiano llevan a la perfección las virtudes y hacen a los fieles dóciles para seguir con prontitud y amor, en su actuar diario, las inspiraciones divinas. Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. (Catecismo de la Iglesia Católica 1830-1831)

La Sabiduría es una participación especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que es propio de Dios. El conocimiento sapiencial nos da una capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la medida de Dios, a la luz de Dios.
Inteligencia (Entendimiento): Es una gracia del Espíritu Santo para comprender la Palabra de Dios y profundizar las verdades reveladas.
El don de consejo guía al alma desde dentro, iluminándola sobre lo que debe hacer, especialmente cuando se trata de opciones importantes (por ejemplo, de dar respuesta a la vocación), o de un camino que recorrer entre dificultades y obstáculos.
El don de la fortaleza es un impulso sobrenatural, que da vigor al alma no solo en momentos dramáticos como el del martirio, sino también en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios; en el soportar ofensas y ataques injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de la verdad y de la honradez. Para obrar valerosamente lo que Dios quiere de nosotros, y sobrellevar las contrariedades de la vida. Para resistir las instigaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente.
El don de la ciencia nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador. Debido a la variedad y belleza de las cosas creadas, el hombre corre el riesgo de absolutizarlas. También en cuanto se trata de las riquezas, del placer y del poder que precisamente se pueden derivar de las cosas materiales. Para resistir esa tentación sutil, el Espíritu Santo socorre al hombre con el don de la ciencia. Es esta la que le ayuda a valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial del Creador. Gracias a ella -como escribe Santo Tomás-, el hombre no estima las criaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida.
Mediante el don de la piedad, el Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos. Con el don de la piedad el Espíritu infunde en el creyente una nueva capacidad de amor hacia los hermanos, haciendo su Corazón de alguna manera participe de la misma mansedumbre del Corazón de Cristo.
Con el don del temor de Dios, el Espíritu Santo infunde en el alma sobre todo el temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa entonces de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de "permanecer" y de crecer en la caridad. Concientes de las culpas y del castigo divino, pero dentro de la fe en la misericordia divina.



Carta Pastoral del Obispo Mark A. Pivarunas, CMRI
En preparación para la fiesta de Pentecostés

Amados en Cristo,

Al comenzar la novena anual en honor del Espíritu Santo, en preparación para la fiesta de Pentecostés, debemos recordarnos del importante papel que el Espíritu Divino, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, cumple dentro de la Iglesia Católica, el Cuerpo Místico de Cristo, y también de la gran necesidad que cada miembro individual de la Iglesia tiene de su divina asistencia. Tan importante es el rol del Espíritu Santo dentro de la Iglesia que cuando se formuló el Credo de los Apóstoles, se determinó colocar el artículo de fe:

“Creo en el Espíritu Santo”

enseguida del artículo,

“la Santa Iglesia Católica,”

a fin de recalcar la relación del Espíritu Santo con la verdadera Iglesia de Cristo. En esta carta pastoral, consideremos brevemente la divina asistencia del Espíritu Santo dentro de la Iglesia Católica en general y también en particular, esto es, en cada miembro individuo de la Iglesia. Que estas consideraciones los pueda mover a una mayor devoción hacia el Espíritu Santo y nos inspire a rezar esta novena fervientemente. Antes que nada, cuando Nuestro Señor y Salvador Jesucristo estableció su Iglesia, prometió a sus Apóstoles que enviaría a otro Consolador, a quien llamó el Espíritu de Verdad. Leemos en el Evangelio de San Juan:

“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce” (Jn. 14:16).

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn. 14:26).

“Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Juan 15:26).

“Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Jn. 16:7). “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Jn. 16:13).

A partir de estas referencias bíblicas, podemos claramente ver la asistencia divina que el Espíritu Santo proporcionada a los Apóstoles — ayudarles a enseñar las verdades divinamente reveladas por el Hijo de Dios, Jesucristo. Notemos en particular las palabras de Cristo citadas arriba:

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn. 14:26).

Estas palabras son similares a las palabras de Cristo a sus Apóstoles:

“Por tanto, id, enseñad a todas las naciones... a guardar todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:19)
“Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16).

Los Apóstoles, después del descenso del Espíritu Santo en Pentecostés, cumplieron esta orden de Cristo y predicaron el evangelio a todas las naciones. De sus enseñanzas hemos recibido lo que se conoce como el Depósito de Fe, es decir, todo lo que ha sido revelado por Dios. El Depósito de Fe se compone de la Sagrada Escritura y de la Sagrada Tradición. Después de la muerte de los Apóstoles, la Revelación Divina había sido completada y Dios ya no reveló nada destinado a la humanidad entera.

Pero no pensemos que la divina asistencia del Espíritu Santo se limitó únicamente a los Apóstoles y que cesó después de la promulgación del evangelio. Pues el Depósito de Fe necesitaba salvaguardarse y preservarse dentro de la Iglesia de Cristo. Así, cuando Cristo prometió enviar el Espíritu Santo, dijo:

“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce” (Jn. 14:16).

Y también cuando Cristo ordenó a sus Apóstoles enseñar a todas las naciones, añadió:

“Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20).

Fue la voluntad de Cristo que la misión que Él encargó a sus Apóstoles, de enseñar a todas las naciones, continuaría en sus sucesores, esto es, en el Papa (el sucesor de San Pedro) y en los obispos (los sucesores de los Apóstoles). El Papa y los obispos representan la autoridad viviente y docente en la Iglesia de Cristo. Como declaró el primer Concilio Vaticano:

“La razón para esto es que el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de San Pedro, no para que pudieran hacer conocer alguna nueva revelación Suya, sino que, con Su asistencia pudieran religiosamente guardar y fielmente explicar la revelación o Depósito de Fe que fue transmitida a través de los apóstoles” (Vaticano I, Pastor Aeternus, 1870).

Por tanto, el Espíritu Santo mora en la Iglesia Católica a perpetuidad para divinamente ayudarla a enseñar a todas las naciones todo lo que Cristo mandó “todos los días, hasta la consumación del mundo.”

Y hablando de esta unión y asistencia del Espíritu Santo con la Iglesia, el Cardenal Enrique Manning escribió:

“Y esta unión es divinamente constituida, indisoluble, eterna, la fuente de los dotes sobrenaturales para la Iglesia, la cual nunca puede estar ausente de ella, o suspendida en su operación. La Iglesia de todas las épocas, y tiempos, es inmutable en su ciencia, discernimiento y enunciación de la verdad.”

Esta es la consolación que tenemos como católicos — nuestra fe hoy es la misma fe que se sostuvo siempre en la Iglesia de Cristo. Como católicos, podemos señalar cualquiera de las enseñanzas infalibles de la Iglesia enseñada durante los últimos 1900 años y declarar que esa es nuestra creencia. Nuestra fe es exactamente la misma fe como fue enseñada consistentemente en el Concilio de Nicea (325 D.C.), el Concilio de Éfeso (431 D.C.), el Concilio de Trento (1570), el Concilio Vaticano I (1870) y todos los otros concilios ecuménicos de la Iglesia Católica. Nuestra fe es exactamente la misma que la fe enseñada infaliblemente por los Papas, los sucesores de San Pedro. Y cuando se estudian las enseñanzas de los Papas y concilios a través de los siglos, hay tal consistencia y exactitud que, si uno no estuviera consciente de los Papas individuales y de los concilios ecuménicos involucrados, parecería como si todas las varias enseñanzas hubieran tenido a un mismo autor.

Además, otra maravillosa manifestación de la divina asistencia del Espíritu Santo es la unidad de la Iglesia Católica. La Iglesia Católica está hecha de hombres de todas las naciones viviendo en tan diferentes áreas del mundo, hablando en tantos idiomas diversos, teniendo tan vastas diferencias en costumbres y prácticas; y, con todo, están unidos en la misma fe, en el mismo culto — el Santo Sacrificio de la Misa, y en los mismos medios de santificación — los Siete sacramentos. Esta unión de fe y de culto entre los hombres, manifiesta la divina asistencia del Espíritu Santo.

Habiendo considerado la asistencia del Espíritu Santo dentro del Cuerpo Místico de Cristo en general, consideremos brevemente su asistencia dentro de las almas individuales de los fieles. San Pablo en su primer epístola a los Corintios les recordó de la morada del Espíritu Santo en sus almas:

“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Co. 3:16).

Esta es una muy importante verdad de nuestra fe. Por el bautismo, no sólo se borró de nuestras almas el pecado original, sino que también se le dio al alma vida espiritual a través de la gracia santificante. Cuando estamos en el estado de gracia santificante, compartimos en la vida de Dios dentro de nuestras almas; somos hijos adoptados de Dios; somos templos del Espíritu Santo. Además, en el bautismo, Dios infundió en nuestras almas las tres virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, y los siete dones del Espíritu Santo (hábitos infusos que nos dan la ayuda especial del Espíritu Santo para conocer y hacer la voluntad de Dios). Esta ayuda especial del Espíritu Santo aumenta cuando recibimos el Sacramento de la Confirmación. Esta es la razón por la que la Iglesia prescribe que aquéllos que han de casarse o han de entrar a los estados clericales o religiosos, deben haber recibido el Sacramento de la Confirmación.

No puede haber duda de que vivimos en tiempos muy problemáticos y confusos, ambos doctrinal y espiritualmente, como escribió una vez San Pablo: “Porque llegará el tiempo en que los hombres no soportarán más la sana doctrina; por el contrario, llevados por sus inclinaciones, se procurarán una multitud de maestros que les halaguen los oídos, y se apartarán de la verdad para escuchar cosas fantasiosas.” (2 Tim. 4:3-4).

¿Perseveraremos en la vida de la fe en estos tiempos? Prestemos atención a las palabras del Papa León XIII:

“Debemos orar e invocar al Espíritu Santo, pues cada uno de nosotros necesita grandemente de su protección y ayuda. Un hombre cuanto más sea deficiente en sabiduría, más débil en fuerzas, cargado de problemas, propenso al pecado, tanto más debería volar hacia Aquél que es la inagotable fuente de luz, fortaleza, consolación y santidad” (Divinum Illud, Mayo 9, 1897).

Finalmente, al comenzar esta novena anual en honor al Espíritu Santo, recordemos que esta es la más antigua de las novenas. Fue hecha por orden del mismo Nuestro Señor, cuando envió a sus Apóstoles de regreso a Jerusalén para esperar la venida del Espíritu Santo el primer Pentecostés. Y sigue siendo la única novena prescrita por la Iglesia. Para rezar merecedoramente esta novena, prestemos otra vez atención las palabras del Papa León XIII:

“Conocéis muy bien las maravillosas e íntimas relaciones existentes entre la Santísima Virgen María y el Espíritu Santo, de tal manera que justamente se le llama a ella su esposa. La intercesión de la Santa Virgen fue de gran provecho, ambos en el misterio de la Encarnación y en la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Que pueda ella seguir fortaleciendo nuestras oraciones con sus sufragios, y que, en medio de todas las tensiones y problemas de las naciones, esos prodigios divinos puedan ser revividos felizmente por el Espíritu Santo, las cuales fueron predichas en las palabras de David: ‘Envía tu Espíritu, y serán creados, y renovarás la faz de la tierra’ (Salmos 103).”





Novena al Espíritu Santo

(Se puede realizar en cualquier momento, aunque conviene hacerla nueve días antes de la fiesta de Pentecostés)

PRIMER DÍA (viernes)

¡Espíritu Santo! ¡Señor de Luz! ¡Danos, desde tu clara altura celestial, tu puro radiante esplendor!

El Espíritu Santo

Sólo una cosa es importante: la salvación eterna. Por lo tanto, sólo una cosa hay que temer: el pecado. El pecado es el resultado de la ignorancia, debilidad e indiferencia. El Espíritu Santo es el Espíritu de Luz, de Fuerza y de Amor. Con sus siete dones ilumina la mente, fortalece la voluntad, e inflama el corazón con el amor de Dios. Para asegurarnos la salvación debemos invocar al Divino Espíritu diariamente, porque “el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros” (Rom 8,26).

Oración

Omnipotente y eterno Dios, que has condescendido para regenerarnos con el agua y el Espíritu Santo, y nos has dado el perdón de todos los pecados, permite enviar del cielo sobre nosotros los siete dones de tu Espíritu, el Espíritu de Sabiduría y de Entendimiento, el Espíritu de Consejo y de Fortaleza, el Espíritu de Conocimiento y de Piedad, y llénanos con el Espíritu del Santo Temor. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


SEGUNDO DÍA (Sábado)

¡Ven, Padre de los pobres. Ven, tesoros que sostienes. Ven, Luz de todo lo que vive!

El don del Temor

El don del Santo Temor de Dios nos llena con un soberano respeto por Dios, y nos hace que a nada temamos más que a ofenderlo por el pecado. Es un temor que se eleva, no desde el pensamiento del infierno, sino del sentimiento de reverencia y filial sumisión a nuestro Padre Celestial. Es el temor principio de sabiduría, que nos aparta de los placeres mundanos que podrían de algún modo separarnos de Dios. “Los que temen al Señor tienen corazón dispuesto, y en su presencia se humillan” (Ecl 2,17).

Oración

¡Ven, Oh bendito Espíritu de Santo Temor, penetra en lo más íntimo de mi corazón, que te tenga, mi Señor y Dios, ante mi rostro para siempre, ayúdame a huir de todas las cosas que te puedan ofender y hazme merecedor ante los ojos puros de tu Divina Majestad en el Cielo, donde Tú vives y reinas en unidad de la siempre Bendita Trinidad, Dios en el mundo que no tiene fin. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


TERCER DÍA (Domingo)

Tú, de todos los consoladores el mejor, visitando el corazón turbado, da la gracia de la placentera paz.

El don de Piedad

El don de Piedad suscita en nuestros corazones una filial afección por Dios como nuestro amorosísimo Padre. Nos inspira, por amor a Él, a amar y respetar a las personas y cosas a Él consagradas, así como aquellos que están envestidos con su autoridad, su Santísima Madre y los Santos, la Iglesia y su cabeza visible, nuestros padres y superiores, nuestro país y sus gobernantes. Quien está lleno del don de Piedad no encuentra la práctica de la religión como deber pesado sino como deleitante servicio. Donde hay amor no hay trabajo.

Oración

Ven, Oh Bendito Espíritu de Piedad, toma posesión de mi corazón. Enciende dentro mío tal amor por Dios que encuentre satisfacción sólo en su servicio, y por amor a Él me someta amorosamente a toda legítima autoridad. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


CUARTO DÍA (Lunes)

Tú, en la fatiga dulce alivio, refresco placentero en el calor, solaz en medio de la miseria.

El don de Fortaleza

Por el don de Fortaleza el alma se fortalece ante el miedo natural y soporta hasta el final el desempeño de una obligación. La fortaleza le imparte a la voluntad un impulso y energía que la mueve a llevar a cabo, sin dudarlo, las tareas más arduas, a enfrentar los peligros, a estar por encima del respeto humano, y a soportar sin quejarse el lento martirio de la tribulación aún de toda una vida. “El que persevere hasta el fin, ese se salvará”(Mt 24,13).

Oración

Ven, Oh Espíritu de Fortaleza, alza mi alma en tiempo de turbación y adversidad, sostiene mis esfuerzos de santidad, fortalece mi debilidad, dame valor contra todos los asaltos de mis enemigos, que nunca sea yo confundido y me separe de Ti, Oh mi Dios y mi máximo Bien. Amén
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


QUINTO DÍA (Martes)

¡Luz inmortal! ¡Divina Luz! ¡Visita estos corazones tuyos y llena nuestro más íntimo ser!

El don del Conocimiento

El don del Conocimiento permite al alma darle a las cosas creadas su verdadero valor en su relación con Dios. El conocimiento desenmascara la simulación de las creaturas, revela su vacuidad y hace notar sus verdaderos propósitos como instrumentos al servicio de Dios. Nos muestra el cuidado amoroso de Dios aún en la adversidad, y nos lleva a glorificarlo en cada circunstancia de la vida. Guiados por su luz damos prioridad a las cosas que deben tenerla y apreciamos la amistad de Dios por encima de todo. “El conocimiento es fuente de vida para aquel que lo posee” (Prov 16,22).

Oración

Ven, Oh Bendito Espíritu de Conocimiento, y concédeme que pueda percibir la voluntad del Padre; muéstrame la nulidad de las cosas de la tierra, que tenga idea de su vanidad y las use sólo para tu gloria y mi propia salvación, siempre por encima de ellas mirándote a Ti y tus premios eternos. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


SEXTO DÍA (Miercoles)

Si tu apartas tu gracia, nada puro permanecerá en el hombre, todo lo que es bueno se volverá enfermo.

El don del Entendimiento

El Entendimiento, como don del Santo Espíritu, nos ayuda a aferrar el significado de las verdades de nuestra santa religión. Por la fe las conocemos, pero por el entendimiento aprendemos a apreciarlas y a apetecerlas. Nos permite penetrar el profundo significado de las verdades reveladas y, a través de ellas, avivar la novedad de la vida. Nuestra fe deja de ser estéril e inactiva e inspira un modo de vida que da elocuente testimonio de la fe que hay en nosotros. Comenzamos a “caminar dignos de Dios en todas las cosas complaciendo y creciendo en el conocimiento de Dios”.

Oración

Ven, Oh Espíritu de Entendimiento, e ilumina nuestras mentes, que podamos conocer y creer en todos los misterios de la salvación, y que por fin podamos merecer ver la eterna luz en la Luz, y en la luz de la gloria tener una clara visión de Ti y del Padre y del Hijo. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


SÉPTIMO DÍA (Jueves)

Sana nuestras heridas, renueva nuestra fuerza. En nuestra aridez derrama tu rocío. Lava las manchas de la culpa.

El don de Consejo

El don de Consejo dota al alma de prudencia sobrenatural, permitiéndole juzgar con prontitud y correctamente qué debe hacer, especialmente en circunstancias difíciles. El Consejo aplica los principios dados por el Conocimiento y el Entendimiento a los innumerables casos concretos que confrontamos en el curso de nuestras diarias obligaciones en tanto padres, docentes, servidores públicos y ciudadanos cristianos. El Consejo es sentido común sobrenatural, un tesoro invalorable en el tema de la salvación. “Y por encima de todo esto, suplica al Altísimo para que enderece tu camino en la verdad” (Ecl 37,15).

Oración

Ven, Oh Espíritu de Consejo, ayúdame y guíame en todos mis caminos para que siempre haga tu Santa Voluntad. Inclina mi corazón a aquello que es bueno, apártame de todo lo que es malo y dirígeme por el sendero recto de tus Mandamientos a la meta de la vida eterna que yo anhelo. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


OCTAVO DÍA (Viernes)

Dobla la voluntad y el corazón obstinado, funde lo que está helado, calienta lo que está frío. Guía los pasos que se han desviado!

El don de Sabiduría

Abarcando a todos los otros dones, como la caridad abraza a todas las otras virtudes, la Sabiduría es el más perfecto de los dones. De la Sabiduría está escrito: “todo lo bueno vino a mí con Ella, y riquezas innumerables me llegaron a través de sus manos”. Es el don de la Sabiduría el que fortalece nuestra fe, fortifica la esperanza, perfecciona la caridad y promueve la práctica de la virtud en el más alto grado. La Sabiduría ilumina la mente para discernir y apreciar las cosas de Dios, ante las cuales los gozos de la tierra pierden su sabor, mientras la Cruz de Cristo produce una divina dulzura, de acuerdo a las palabras del Salvador: “Toma tu cruz y sígueme, porque mi yugo es dulce y mi carga ligera”.

Oración

Ven, Oh Espíritu de Sabiduría y revela a mi alma los misterios de las cosas celestiales, su enorme grandeza, poder y belleza. Enséñame a amarlas sobre todo y por encima de todos los gozos pasajeros y las satisfacciones de la tierra. Ayúdame a conseguirlas y a poseerlas para siempre. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria


NOVENO DÍA (Sábado)

Tú, en aquellos que siempre más te confiesan y te adoran, en tus siete dones, desciende. Dales alivio en la muerte. Dales vida Contigo en las alturas. Dale los gozos que no tienen fin. Amén.

Los frutos del Espíritu Santo

Los dones del Espíritu Santo perfeccionan las virtudes sobrenaturales al permitirnos practicarlas con mayor docilidad a la divina inspiración. A medida que crecemos en el conocimiento y en el amor de Dios, bajo la dirección del Santo Espíritu, nuestro servicio se torna más sincero y generoso y la práctica de las virtudes más perfecta. Tales actos de virtudes dejan el corazón lleno de alegría y consolación y son conocidos como frutos del Espíritu Santo. Estos frutos, a su vez, hacen la práctica de las virtudes más activa y se vuelven un poderoso incentivo para esfuerzos aún mayores en el servicio de Dios.

Oración

Ven, Oh Divino Espíritu, llena mi corazón con tus frutos celestiales: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Que nunca esté yo cansado en el servicio de Dios sino que, por continua y fiel sumisión a tu inspiración, merezca estar eternamente unido Contigo, en el amor del Padre y del Hijo. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria

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