sábado, 12 de noviembre de 2022

El origen de nuestras obras

Todo actuar tiene un origen, así como una planta nace de su raíz y se alimenta desde la misma, el actuar del hombre también tiene su origen en los pensamientos.

Los pensamientos determinan nuestro actuar, por eso la Palabra de Dios nos recuerda: Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, que sea objeto de vuestros pensamientos. Y el Dios de la paz estará con vosotros (Filipenses 4, 8-9). Y también: "Los pensamientos tortuosos apartan de Dios" (Sabiduría 1, 3)

Santo Tomás de Aquino llega a la deducción que el deseo de riquezas es la raíz de todo pecado. Puesto que así como la raíz permite crecer a toda la planta, de la misma manera las riquezas alimentan todo pecado. (Suma teológica - Parte I-IIae - Cuestión 84). También llega a la conclusión que este pecado de codicia encuentra primeramente su principio en el amor desordenado de uno mismo.

Dijimos que los pensamientos determinan nuestro actuar. Lo cual significa que nuestro actuar estará condicionado de acuerdo a nuestro pensar. Si los pensamientos son de generosidad, afabilidad y desinterés, tendremos un trato amable con el prójimo y las riquezas no serán un medio para pecar; por el contrario, si nuestros pensamientos son egoístas, altaneros, despreciativos, tendremos un trato frío y áspero con los demás. Si se apaga la caridad la sociedad se vuelve más violenta. Escribía Dionisio de Alejandría luego de la persecución del emperador Valeriano que hizo apostatar a los cristianos que quedaban en Egipto, que al volver a esas tierras encontró “que la gentes se habían vuelto violentísimas y peleaban y se mataban por cualquier cosa. No se podía ya ni salir a la calle sin peligro de ser asesinados”.

Por lo tanto debemos vigilar nuestros pensamientos que ahí es desde donde nos tienta el demonio y confiar siempre en el Señor meditando constantemente en su Palabra: “¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! El es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto.” (Jeremías 17, 7-8)

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